Durante los largos meses de precampaña y campaña electoral, al hilo de la información diaria y por recuperar el hilo de lo leído, me he pillado googleando nombres, rastreando noticias, rescatando el cúmulo de sobresaltos en el desayuno, despropósitos ventajistas, operaciones corsarias y desvergüenzas más o menos amplias y toleradas y a la postre nunca totalmente desentrañadas.
En su momento las recordé y ahora, poco tiempo después, queda solo una reminiscencia del detalle de los casos. Reconozco que me resulta imposible sintetizar cualquiera de ellos siquiera en una sinopsis coherente de cinco líneas. Tendría que escribirla como quien prepara resúmenes para el repaso de una materia de la que se va a examinar, con un titular y una breve entradilla y no tiene mayor sentido. No se ha borrado, eso sí, el poso cenagoso de palabras sueltas, nombres propios, colores, tonos, ínfulas, apoyos que dan pervivencia a la sensación primera y al juicio posterior y siempre estarán ahí las hemerotecas si alguien pregunta ¿qué pasó?
Otra opción es la literatura. Si están por sumergirse en un relato globalizador y no temen la desazón de ciertas lecturas, Rafael Chirbes crea en su novela En la orilla un mundo reducido y perfectamente universalizable, una célula infecciosa que se ha replicado saltando mugas locales y límites autonómicos y nacionales. El espacio es un pueblo situado junto a un extenso marjal, el tiempo lo han vivido ustedes, los protagonistas son reconocibles, sus rituales, sus puestas en escena, sus aspiraciones, sus tics los hemos deseado o padecido. Chirbes cuenta cómo se efectúan las grandes depredaciones a través de las historias pequeñas de los protagonistas, de lo decisivo de sus objetivos y estrategias, de la naturaleza pantanosa de la convivencia. No es, desde luego, una novela para la piscina.