El país de las dos medidas y del cavar trincheras alrededor y debajo de los campos de golf, en las calles de las urbanización fantasmas, en la calles de las ciudades cuyos barrios se ven poco a poco convertidos en guetos de clase, en los parlamentos, en los medios de comunicación. Trincheras y fosos, cada vez más anchos y más profundos. Solo así se entiende esa necesidad del navajazo trapero, del emporcar, del meter los bastones que le decían antes, de derribar, esa mala traza del rasgado de vestiduras que enmascara al granuja probado.

Lo que a los gobernantes y a sus matones les está permitido en las redes, insultos, amenazas, expresiones de odio o de clara incitación a la violencia, en foros de uniformados incluso ampliamente difundidas hasta el aburrimiento, eso mismo está perseguido en el ciudadano corriente, sea o no montaraz. Esto no es seguridad jurídica, esto es la arbitrariedad más completa y el abuso institucionalizado -y eso lo saben los juristas que apoyan al régimen- que por el momento solo engorda el encono social. Utilizan sus actas de diputados como recortadas con la impunidad que da la pertenencia al más fuerte o a quien cuando menos ostenta en exclusiva la violencia de Estado y puede manejar a su antojo a las fuerzas policiales y a los fiscales como el que ataca de manera más ideológica que jurídica a Rita Maestre.

País de tartufos, de hipócritas, de truenos vestidos de nazarenos, ayer puteros hasta las cachas, con tarjetas negras y doradas como sables de carga de Caballería, hoy meapilas, devotos de cofradías, compungidos y enmantilladas, si eso reporta algún beneficio, empezando por la seña de identidad de clase social.

Habla de decencia política un ministro que mintió con impunidad y descaro en el caso de los migrantes fallecidos en Ceuta, que arenga a monjas y se remite a Teresa de Jesús para arreglar sus propias pifias; un ministro perseguido en sus delirios policiacos por la Organización de Naciones Unidas que le insta a retirar la ley Mordaza y la reforma del Código Penal que en la práctica suponen una seria limitación a la libertad de expresión y consolidan un régimen de “dictadura parlamentaria”. ¿Decencia? ¿Pero Fernández ya se ha mirado al espejo? ¿Y qué ve? ¿Que se está santificando? Esto está yendo demasiado lejos, digo, y siento que es mera retórica, frase hecha, humo. Un cambio social pasa por derribar a esta gente del gobierno.

El pasado, tu pasado, mi pasado, tu hemeroteca, la mía, tus archivos, pagados con dinero publico en mi contra, frente a mi atropellado rebusco de hemerotecas a la caza de argumentos, de textos y mensajes borrados. Entre tanto los navajazos traperos vuelan. Goya y sus garrotes no se alejan en el tiempo, siguen ahí. Desprecio y ferocidad a raudales, gestos propios de cortijeros en casino de pueblón. Su España.

A la Gürtel va de magistrado del Partido Popular, o por este designado para ocuparse de un caso muy grave de corrupción política que señala directamente al aparato del partido en el Gobierno, al que ahora hace una año pillaron por la Castellana conduciendo una moto, sin casco y en estado de embriaguez -eso dice Europa Press, yo cito-. No sé, pintoresco, cuando menos.

El otro denuncia a un político del cambio por ir en bici sin casco, cuando no estoy muy seguro de que sea obligatorio en ciudad. Da igual, lo importante es el bastón, el derribo, la mala fe que el tendido aplaude. De feroz corrida de pueblo hablamos con charangas y banderas, y descabellos.

Con las tonterías ajenas ?las de los tuits de Guillermo Zapata- se echan las manos a la cabeza quienes permiten en instalaciones de la Guardia Civil homenajes a un cuerpo del Ejército nazi, la División 250, la Azul, en un país donde de manera aburrida el antisemitismo es una constante vergonzante en lo cotidiano. Ah, eso sí, siempre es cosa del otro, no de nosotros, por favor.

Nuestra vida pública, nuestro cambio social, no puede depender de las hemerotecas, pero de ellas dependemos, sabiendo encima que mañana las estupideces y las canalladas de quienes nos gobiernan, taparán las de hoy, y así de manera interminable, un horror, un asco, representado a día de hoy por una monarquía cuya desaparición es un objetivo político de primer orden, con delito de terrorismo de por medio, por decirlo, o sin él. Otro abuso este de una magnitud perversa.