Si todo va bien, cuando lean estas líneas no fumaré. Mira que le he dado vueltas, que si lo cuento o no, pero hay que comprometerse y esta es una vía de compromiso masiva. No es la primera vez y dicen quienes saben que cuantas más veces se intente más probabilidades hay de conseguirlo. Me fío.

¿Que por qué lo dejo? Pues no es tanto una cuestión de salud, que es objetivamente lo fundamental, no tanto por la falta de oxígeno que hace que me sofoque en las escaleras o que el cerebro parezca un estropajo. Me fastidia que llegue la noche y calcule si tendré tabaco suficiente. Me incomoda decir eso de ya que sales, súbeme tabaco. Me siento fatal cuando vuelco el cenicero en la bolsa de basura y veo el monto total. Me asqueo cuando fumo el enésimo e innecesario y siento un poso acre y necesito lavarme los dientes a todo meter. Qué esclavitud que cada vez que inicio o acabo algo la nicotina y los ochocientos mil componentes más tengan que señalarlo.

Esto de las adicciones tiene lo suyo. Hasta ahora había utilizado parches, pero la experiencia es que se ponen tan fácilmente cono se quitan y en más de una ocasión he echado la mano con disimulo al hombro como quien se alivia un picor repentino para levantar el circulillo sustitutorio y aceptar el piti tentador. Ahora, con pastillas, va a ser más difícil. Lo curioso es que cuando lo he dejado, a la semana, estaba bastante decente y miraba al futuro con optimismo. Pero los primeros días de mono hay que pasarlos y monos he tenido desde titís a orangutanes, grandes, pequeños, llorones, iracundos, melancólicos y destructivos. ¿Cómo será este? Da igual, que lo dejo.