habla Rajoy de refugiados y su boca se hace de inmediato cepo, se abre en trampa. Solamente un tonto malvado puede decir que “España atenderá a todos los que tengan derecho de asilo”. Eso es lo que Rajoy “promete” y cuando Rajoy “promete” en realidad miente o amenaza, y lo hace con las arbitrariedades habituales que pasan más o menos inadvertidas: las denegaciones de asilo, los CIES, las devoluciones en caliente o las pelotas de Ceuta; y si no, con el cuentagotas burocrático. ¿Y quiénes son los que tienen derecho a asilo? No se sabe. Miedo da saberlo, huele de lejos a arbitrariedad impune. El historial de denegaciones es largo. Él y sus policías lo deciden, al margen de la práctica internacional. En manos de esta gente, de refugiado a sin papeles perseguible no hay ni un paso. Rajoy tiene que saber, por fuerza, que ahora mismo la burocracia, los enredos de papeleo, son el mejor aliado para que la tragedia de los refugiados vaya a más, a mucho más, y a él le cause la menor cantidad de problemas posible; a él, cuya divisa humanitaria es que la solidaridad a cambio de nada es cosa de tontos. Lo dijo, vaya que si lo dijo, y ahí sigue oficiando de estadista, en su impostura.

A Rajoy y al mundo que él representa se le han rebelado los ayuntamientos gobernados por gente decente. Ojalá que dure esa rebelión, que les dejen hacer, que los cargos públicos democráticamente elegidos y representantes del cambio social no sean atropellados, que esa y no otra es la voluntad del Gobierno del Partido Popular. Si se benefician ahora los refugiados, nos beneficiamos todos. Quieren acabar con la democracia pervirtiéndola aún más, haciendo de ella caricatura.

Leo que la foto del niño ahogado en una playa de Turquía la ha sacado una periodista especializada en cubrir la llegada de refugiados a las costas turcas. ¿Especializada? Sí, por qué no. La rutina del horror, quedamos. Veremos lo que dura la conmoción que ha provocado esa fotografía que ha tenido más suerte, por lo que a agitar conciencias se refiere, que las incesantes noticias de los últimos cinco años acerca de las matanzas en Siria y de los miles de personas que huían en busca de refugio. ¿Qué necesitamos a estas alturas para ser de verdad conmovidos? ¿La performance, el circo, el vivo y el directo, la muerte en el escenario, el hard core...? Para ser de verdad movidos a la acción ni me lo pregunto, más que nada porque no lo sé. Es horroroso y poco más podemos hacer que, de no ir a donde la tragedia se consuma, a luchar a brazo partido por una justicia que se escapa y desvanece, dar, aportar, aunque sean granos de arena, aquí y allá, buenas, inmejorables intenciones, ayudas tan eficaces como anónimas, ofertas de habitaciones en viviendas -he leído que también las ofrecen en alquiler: mal veo que alguien del todo desposeído pueda pagar lo que sea-. Trampa y cartón de las ayudas oficiales. Trampa y negruras de las declaraciones institucionales que esconden las arbitrariedades de burócratas y uniformados, como hasta ahora, como hasta siempre si no conseguimos cambiar las cosas. Siempre hay alguien que, a salvo, se encarga de estropear los gestos de hermosa solidaridad de las personas, esas que tomadas de una en una no son nada: frente a mugre, unidad popular.

«No todo es negativo, queda un lugar para la esperanza pero eso sí lejos, lejísimos de los políticos profesionales. La gente, nosotros, tenemos que retomar la iniciativa», leo en las redes de manera breve y contundente. Y esto es lo que de verdad cuenta. No hay mucho más que añadir.

Se mueven los refugiados en el escenario de Europa, Argentina quiere acogerlos, los europeos siguen enredados en asuntos de a cuántos tocan, a cuántos acojo, a cuántos rechazo, en el cómo y en el cuándo, y mientras tanto a los refugiados los apalean, los maltratan, quedan atrapados en alambradas. Negra historia esta, pero no más que los capítulos que la preceden y los que van sin duda a seguirle. Está claro que la gente que nos tiene sometidos no quiere refugiados, no quiere inmigrantes, no quiere otra cosa que ciudadanos sometidos, acoquinados, hundidos poco a poco en su miseria cotidiana, ahogados. Lo humanitario queda para los grandes discursos, para las recepciones, para acallar la poca conciencia de sus votantes.