días pasados, al hablar de la estampida migratoria que tiene como escenario el mediterráneo oriental, donde el drama se reaviva de continuo, el arzobispo Cañizares se preguntaba si “esta invasión de emigrantes y de refugiados es del todo trigo limpio”, y afirmaba que su llegada puede ser “el caballo de Troya dentro de las sociedades europeas”, se planteaba “dónde quedará Europa dentro de unos años” y aseguraba que “muy pocos” son los realmente perseguidos.

Dejemos a un lado la idea que pueda tener el arzobispo sobre lo que significa ser un perseguido y sobre las distintas formas de persecución que pueden padecer las personas, tanto en los regímenes dictatoriales, fundamentalistas... como en los neoliberales. El sentido de la persecución varía mucho dependiendo de en qué lado estés frente a las leyes represivas de tu propio país. No es lo mismo estar con los que apalean, que con los apaleados. No creo ni por un momento que el arzobispo de Valencia haya estado en alguna ocasión con los segundos ni con aquellos que son las víctimas de un régimen político del que él es claramente beneficiario mientras se encuentre vigente el Concordato de 1979.

No es el arzobispo de Valencia el único que piensa y se expresa de esa manera. Esa idea del emigrante, del refugiado y del desplazado que aparece en nuestro horizonte, como algo cargado de peligro está muy extendida, demasiado. Las palabras del prelado son compartidas con un amplio sector de la población, no solo española, que ve una amenaza para su estatus en la avalancha de desplazados, refugiados políticos o no, por causa de guerras, hambrunas o persecuciones religiosas incluso, que dejan un rastro de ciudades destruidas y de países inhabitables en los que la mera supervivencia está más que comprometida. Un sector este al que las causas de la estampida no le importan gran cosa. Su sentido de la fraternidad e incluso de la caridad cristiana invocada por el arzobispo cuando ha sido denunciado por incitación al odio, es muy limitado.

Presentar la estampida migratoria como una amenaza a nuestra civilización es una falsedad dañina y una invitación al imperio de los prejuicios. Más acertado sería enfrentar la realidad de que esa migración masiva de sur a norte, de este a oeste y viceversa, sí supone un reto para los valores y la civilización europeas, tal y como los conocemos hasta ahora, y si es que algo queda de ellos, que no lo sé, de verdad que ya no lo sé.

No se trata de caballos de Troya, como dijo el arzobispo, sino de realidades frente a las que un amplio sector de nuestra sociedad ni tiene una opinión formada, ni recursos para hacerles frente y convivir con ellas, como no sea de manera represiva, con la “guetización”, con la persecución, con el aislamiento social. Quienes llegan lo hacen con otros relatos históricos, otras religiones verdaderas, otras tradiciones identitarias y otros sistemas legales que en muchas ocasiones chocan de manera violenta con nuestro sistema de códigos legales. Entre la integración o la asimilación ahora se escoge la persecución. De ahí a la práctica del racismo con cobertura legal no hay más que un paso.

Frente a ese reto social y a la manifiesta incapacidad de nuestros gobernantes de resolver la disyuntiva entre integración o asimilación, se oponen medidas represivas, formas más o menos sutiles de exclusión que provocan desamparo, división entre ciudadanos de primera y de segunda dependiendo de su origen, al tiempo que se invoca una falsa igualdad ante la ley... para ver cómo cala ese pensamiento poco abierto a las migraciones basta leer los argumentos de la reciente resolución de la jueza que ha justificado la actuación de los guardias civiles de Ceuta que concluyó con la muerte de 15 inmigrantes, uno hechos que provocaron protestas internacionales.

¿A qué tenemos miedo? ¿A la pérdida de nuestros valores europeos? ¿Podría alguien señalarme cuáles son estos o en qué han quedado?

Los verdaderos caballos de Troya y la auténtica amenaza para esa cada vez más fantasmal “civilización europea”, están en los tratados secretos de libre comercio, en la pérdida de la soberanía, en la pobreza y la desigualdad crecientes, en los recortes de los sistemas educacional y sanitario que destruyen unas conquistas sociales de raíces seculares... por no decir que el peor caballo de Troya lo llevamos dentro.