piensen en un patio de recreo, en los compañeros de clase de sus hijos e hijas. Visualicen el movimiento, el fondo de voces, den tiempo a que del grupo destaquen algunas caras y adquieran nombre o pónganse en la última vez que vieron una escena de juegos infantiles. Hay una gran cantidad de esperanzas y expectativas puestas en esas crías y críos.
Convendrán conmigo en que un grupo considerable soporta una presión educativa excesiva, exactamente la misma que sienten y transmiten sus padres y madres y que les lleva a ojear, financiar y jalear todas y cada una de las posibilidades de desarrollo de sus retoños, posibilidades mil, porque en edades tiernas las criaturas son lo más cercano a la potencia pura. Hay niños y niñas en los que se sobreinvierte porque el mundo es muy competitivo y cuanta más preparación y más diversa mejor y además apuntan maneras, aunque lo previsible y tal vez mejor es que la mayoría trazará su camino lejos de balones de oro, premios nobel o fulgurantes carreras artísticas o de negocios.
Pero uno de cada cinco lo tiene muy difícil. Es la cifra que representa el riesgo de pobreza infantil o exclusión social en Navarra. Si no se remedia, en unos años, puede que usted se cruce por la calle con una cara que le suene y solo al rato caiga de qué y vuelva a mirar fotos y encuentre la carita que la precedió, tan parecida a las demás. También es cierto que según donde estudien o hayan estudiado sus hijos e hijas, la proporción de uno por cada cinco variará y usted apenas la percibirá y podrá refutarla o la verá o formará parte de ella. La pregunta es cómo vamos a combatirla.