Hace meses que se veía venir, pero ya está aquí. Ha tardado, pero al final los partidos de la derecha se han puesto de acuerdo para intentar acallar al nacionalismo, al separatismo, al independentismo y a la secesión, y con ello cualquier clase de disidencia social que exprese una voluntad de cambio del sistema. No nos engañemos del sentido último que tiene ese frente de orden nuevo, maquillado de manera grosera como de salvación nacional. Nada menos. Las cosas a lo grande. El cataclismo es el viento que mejor empuja los votos favorables en las urnas. La patria en peligro, al tiempo que la venden por la puerta trasera. Bellacos. Cataluña es una excusa porque representa un peligro real para el modelo social y de Estado tras el que se abandera la derecha. Enfrente tienen, y no solo en Cataluña, la voluntad de un nuevo modelo de Estado, una nueva Constitución, una refundación democrática, la abolición de todo el aparato legal del «rajoyato» y de paso de la monarquía.
Ese pacto tenaza les asegura a quienes ahora mismo ejercen la fuerza de gobierno, el apoyo social y mediático de cualquier solución extrema, no ya contra Cataluña, sino contra cualquier otra comunidad díscola, se exprese o no en términos de autodeterminación. Con ese pacto tenaza entre PP, PSOE y CS, los atropellos en aplicación de la ley Mordaza se verán cubiertos por completo, se harán legítimos aunque sean un abuso. El resultado es que este va a ser un país sostenido no por el pacto social, ni tampoco por la concordia y el acuerdo, sino por la fuerza, las amenazas y los agravios que no van a cesar y que, en cambio, van a engrosar las cuentas pendientes, la imposibilidad radical de un proyecto común.
Si creemos que el PSOE encarna cualquier clase de disidencia será a modo de burla o de sarcasmo. Hace mucho que dejó cualquier ideología progresista a un lado para ser una piña de empresarios en busca de un puesto de trabajo o de una empresa, o negocio mejor, que dirigir, saquear y al final hundir. La imagen de Felipe González desparramado de carnes y puro al morro en un yate, lo dice todo, como icono al menos.
Ahora más que nunca se impone un frente de izquierdas, aunque en la práctica resultase barrido en las urnas. Nos espera no más de lo mismo, sino mucho peor que lo vivido hasta ahora. No hace falta ser adivino del porvenir para afirmarlo. Las euforias municipales o autonómicas, constantemente agredidas desde el Gobierno y sus socios, no pueden engañarnos y hacernos caer en el espejismo de que esas victorias pueden reproducirse, ampliarse, acabar haciéndose con las riendas de la situación para emprender una marcha en dirección contraria. No, a partir de ahora cualquier atropello estará amparado, si no por la ley de manera estricta, sí por la mayoría parlamentaria y los medios de comunicación afines que darán por buenas todas las medidas de fuerza que se tomen. Con ese panorama, la izquierda no tiene otra salida que ocupar unos escaños en la práctica más simbólicos e inoperantes que auténticas plataformas de una política de cambio social y político; cambio que se ve dudoso por la vía de las urnas.
En estas condiciones solo cabe hablar de rendición o lo que es peor, de sumisión y de sometimiento, de una resistencia tolerada y de la aceptación de un «juego democrático» que de juego no tiene nada y de democrático menos. Ahora mismo, el golpe de puño gubernamental se cifra en impedir un referéndum, excluirlo a priori como modo de expresión popular porque el resultado puede no convenir aunque lo ganara no la opción independentista, sino La Tenaza. No quieren siquiera oír de lejos que una parte importante de la población quiere irse, quiere romper amarras y empezar una historia nueva, porque la vieja, relatada en falso hasta la saciedad, ya no les vale. El naufragio nacional viene de lejos y no se arregla arrinconando pasaje y tripulación en las bodegas por la fuerza.