De qué vas a escribir, aunque esté todo escrito y la originalidad quede excluida, aunque ya fue escrito en otros momentos y olvidado, aunque haya habido ocasiones de escribir lo mismo en otros escenarios que no son los europeos.
¿Mañana, qué? Mañana el horror a plazo fijo, sí, pero también el miedo. El Estado Islámico que ha reivindicado el atentado dice que los franceses no van a vivir tranquilos. Nadie. Estamos atados de pies y manos, o poco menos, atenazados entre el miedo, legítimo, y el peligro de perder libertades y derechos elementales en aras de nuestra seguridad. No nos engañemos, tendremos ocasiones sobradas de sobrecogernos de nuevo. El que no lo hace es porque no quiere. ¿Agorero? No, basta con reflexionar acerca de los motivos por los que una creencia religiosa se convierte en verdad absoluta y en guerra santa que se expande en el sur, en el este y en el corazón de Europa. No creo que ahora mismo haya combate eficaz contra el terrorismo del fundamentalismo islámico que no cueste o deje dañados otros valores.
Ante una carnicería de estas proporciones, el Estado, francés en este caso, muestra su musculatura, apela a la fuerza que le sostiene y a sus leyes, pero no puede ir más allá. No puede arremeter contra toda la comunidad musulmana con el objeto de separar buenos y malos. ¿Quién decide a priori cuál es uno u otro, cuáles las madrasas legítimas y cuáles los centros de instrucción y reclutamiento del fundamentalismo islámico? Hasta es políticamente incorrecto señalar el indiscutible origen religioso de esta masacre, creamos o dejemos de creer en que resulta repugnante matar en nombre del dios que sea. Al Estado francés no le ha quedado más remedio que admitir que sus servicios secretos se han visto “desbordados” en la prevención de unos atentados por otra parte esperados, anunciados de manera reiterada. Es de temer que en realidad en Europa el islamismo fundamentalista está incontrolado, pese a las detenciones puntuales.
¿Y mañana, qué? Mañana, ya ha quedado dicho, el miedo, pese a los alardes de defensa del espíritu europeo que quedan en nada, porque ya nos avisan desde la sombra que esa defensa tiene un precio. ¿Sabemos de verdad a qué nos referimos cuando hablamos de libertad, igualdad y fraternidad? Es más que probable que el mundo de garantías, derechos y libertades civiles que hemos conocido pase a mejor vida; ya está pasando.
¿Y ayer? Ayer, las portadas de los periódicos franceses hablaban de horror y de carnicería, algunas de guerra, de estado de guerra, el mismo presidente francés lo hizo: “un acto de guerra llevado a cabo por un ejército terrorista”... ¿Contra qué o contra quiénes? ¿Contra la civilización occidental? Las palabras aterran y dan vértigo.
Enredados en sus propias palabras, los gobernantes nos ofrecen altisonantes garantías que el tiempo se encarga de desinflar. Entre tanto, el dolor de las víctimas es nuestro dolor, cierto, la empatía de la fraternidad al menos en este caso ha funcionado, en otros menos, conviene recordarlo. Y lo cierto es que no hay quien pueda garantizar que atentados de esta especie no se repitan.
¿Alguien sabe cómo puede hacerse justicia en este caso? ¿Va a devolver el Estado francés el golpe recibido? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué consiste exactamente su combate sin piedad contra ese islamismo hecho de fanatismo y barbarie suicida?
El riesgo que corremos es pasar de estados de emergencia o de urgencia a un permanente estado de excepción en la medida en que uno de los objetivos políticos dominantes es el Estado preventivo con todo el acompañamiento de leyes restrictivas, escamoteos informativos, vigilancia policial y parapolicial incontrolada, sustracción de medidas a los jueces. Oigo, leo que es de esperar que ese dolor de la calle de hoy no sea utilizado con fines electorales ni que se dispare esa xenofobia instintiva que pagan los más débiles, ahora mismo los refugiados, pero eso es mucho esperar, los precedentes no engañan. Ahora mismo los profesionales de la peor política se aprestan a sacar tajada de la carnicería aprovechando el clima de sentimientos heridos, y piden sin pedirlo el voto, erigidos en salvadores de los grandes valores democráticos... Repugnante.