Un ejercicio de empatía
El sábado me despertó la radio con la noticia. Como mis planes eran sencillos, nada me atrapó y pude dejar que resonara y pensé y sentí, supongo, parecido a ustedes, qué horror, una de esas personas muertas, heridas o aterradas podría ser alguien a quien yo quisiera y mi dolor superaría el escalofrío, el estupor y la pesadumbre con que experimento una forma elemental de empatía. La empatía combina la cercanía y a la vez la constatación de la distancia con el foco del sufrimiento. Me toca, me afecta, me duele, pero no soy yo quien más sufre.
La inmediatez de las redes sociales permite que demos cuenta en tiempo récord de nuestro posicionamiento. Basta un me gusta o un cambio de imagen en el perfil. La era digital nos pone por delante un micrófono y toda la premura para usarlo. Y a veces ahí acaba.
Yo no soy París, tengo la suerte de no serlo estos días, ninguna de esas personas muertas, heridas o aterradas pertenezcan a mi entorno. Y por eso, como no lo soy pero considero injusto su dolor y sé que forma parte de una progresión a la que parece que lamentablemente vamos a seguir asistiendo con mayor o menor cercanía, tengo la responsabilidad de elaborar una respuesta, no una coartada ni un salvoconducto, una respuesta activa que sirva para un tiempo prudencial, firme y flexible, porque sé qué me disgusta de lo que pasa pero no dispongo de toda la información ni de las herramientas de análisis y es mi responsabilidad buscarlas, una respuesta que pueda unirse a otras, que esté dispuesta a modularse para construir una más potente, ciudadana y con vocación de universalidad. Tengo, como ustedes, supongo, unas cuantas contradicciones. Prolongar la empatía hace necesario dedicar tiempo a resolverlas.