las agresiones sexuales a mujeres durante las pasadas fechas en Alemania han concitado la lógica indignación general, son cientos de delitos cometidos de forma simultánea, en un espacio público y festivo, sin la intervención de guardianes eficaces (cuerpos de seguridad, ciudadanía) que pudieran impedirlos, proteger a las víctimas o detener a los agresores.

¿A qué se debió el silencio posterior? ¿Se intentó no criminalizar al colectivo de refugiados? (Apuntaba recientemente un demógrafo que entre las razones de la abierta acogida a los refugiados sirios no cabe descartar su formación y su capacidad para aportar vitalidad a una pirámide poblacional envejecida.) ¿Minimizar los ataques? (Fiesta, alcohol?) ¿Cubrir la ausencia policial en el momento y la ineficacia en el control de la organización de un evento masivo que a menor escala ya había sido denunciado en otras ciudades? Los colectivos implicados, mujeres e inmigrantes no se sitúan precisamente en la cumbre de la estima y la protección social. La lectura es vieja como el mundo: No les queremos a ellos. Ellos atacan a nuestras mujeres. Ellos nos regalan el casus belli. (Pero, ¿quiénes son ellos?)

La formulación, por simple, no parece desacertada. Conocidos los hechos, en Colonia, la respuesta ciudadana se fragmenta, y se llevan a cabo tres concentraciones paralelas que ofrecen elementos suficientes para entender a qué y cómo se juega. Por una parte, junto a la catedral, una concentración de mujeres evidencia una vez más que la violencia contra sus cuerpos y su integridad es global. ¿Acudieron las fuerzas de Colonia en pleno a esta convocatoria? No. La ultraderecha se concentró para lo suyo y la izquierda por su parte hizo lo propio. Las mujeres, como en la estación de Colonia, se quedaron solas con su convocatoria.