Una vez más está casi todo dicho y a bote pronto además. Voy con retraso, lo sé, pero estimo que la apertura de esta legislatura va a quedar como algo más que como una demostración circense o de numerito de magazine televisivo, al que ha querido referirse con desdén el nuevo presidente de la Cámara, otro profesional del zascandileo político. Solo una vez coincidí con Pachi López, en la entrega de unos premios Euskadi de Literatura, y a juzgar por su discurso me pareció un hombre de pocas luces y menos sentido del humor, una de esas personas inseguras que se afirman a base de desplantes autoritarios y acritudes, poca empatía en suma. Igual es esta una cualidad necesaria para presidir el consejo de administración de esa empresa o ese negocio fabuloso que es el parlamentarismo español. Qué fea y qué rancia aquella expresión de chupar del bote, tal vez no sé use más a menudo porque los comportamientos que la provocan dan vergüenza ajena.
La diputada Villalobos, incrustada en el Congreso de por vida, habló de los piojos para referirse a las rastas del diputado canario Rodríguez y ante su grosera falta de elemental cortesía (algo más que una metedura de pata), lo intentó arreglar haciéndose la moderna y revelando, una vez y para variar, su bajísimo nivel cultural, algo que no causa excesiva atención porque es común entre sus señorías.
A sus señorías les molestan las maneras y los looks que denotan una forma de vida distinta a la suya y a sus puestas en escena de donfiguras enriquecidos por la política. Les molestan los looks, no les molestaban los trajes valencianos que, digamos, marcaron hasta hace nada tendencia y estilo, el de los guapetones y caballeros de industria que se hicieron con el escenario político antes de caer, más o menos, en desgracia. Tampoco les molestan todos los beneficios superfluos que van a aparejados a su cargo, más superfluos si hablamos de un país cuya población se ha empobrecido de manera alarmante, ni mucho menos la marea de corrupciones en la que chapotea su partido.
Y ante tamaño desbarre quien en la anterior legislatura se caracterizó por ser de manera reiterada ofensivo (y violento), hasta el punto de ser demandado por víctimas del franquismo, afirma que lo dicho por la Villalobos lo fue en un ambiente simpático, de amable chocarrería, de compadreo de casta. Sea, si es la simpatía lo que domina digamos que, además de parásito, lo consideramos un bellaco, pero sin acritud, sin ánimo de ofender, con simpatía, mucha, en plan amistoso, por mucho asco que nos dé.
Yo no sé cómo puede quejarse de maneras poco ceremoniales quien ha sido repetidamente sorprendida dormida en su escaño de preeminencia parlamentaria o jugando a un juego pueril como es el Candy Crush con un aparato que ni siquiera se ha pagado de su bolsillo. No es que tengan una deficiente cultura democrática, sino que demuestran tener tendencias asociales. El trato que dispensó a un chofer al grito de No son más tontos porque no se entrenan, revela, no ya al piojo, sino al mal bicho.
Ahora bien, dadas las fortunitas que han conseguido, les importa un comino que pensemos no que sean piojos, esos que se escapan de las cabezas de los muertos, sino que son simplemente parásitos y algo peor, amparadores de corruptos y de golpistas en la medida en que nunca se les ha oído una voz de condena de unos y de otros. Son franquistas, no sociológicos, sino de ideología. Mal empieza esta legislatura o bien, según se mire.
No se trata ya de apariencias, sino de que quien se molesta por la informalidad de los nuevos diputados es la clase social que, encorbatada, enluivuitonada por el gratis total, ha destruido empleos y aniquilado derechos sociales y el bienestar elemental de la clase social que paga sus farras.
Un país que ni se indigna ni pide cuentas serias cuando un diputado como Gómez de la Serna autor de bochornosos manejos de enriquecimiento personal aprovechándose del cargo, se ve amparado por el partido más corrupto de la historia de España para ser diputado y de ese modo hurtarse a la justicia, partido que abandona una vez conseguido el escaño, el sueldazo y la impunidad. Yo no sé como se vivirían estos episodios en otros países de mayor tradición y cultura democráticas, pero pienso que de otra manera, más sana, más seria, con más sentido de la ética política. La falta de higiene política es alarmante.