Llámame madre, llámame tiquismiquis, si quieres, pero lo cierto es que cada vez soporto menos que la gente vaya tirando papeles, chicles, jardos, colillas y mil guarrindongadas más al suelo. Se me calientan las orejas cuando veo esas cosas. Afortunadamente estos últimos meses me da la sensación de que las calles de Pamplona están más limpias y los jardines más bonitos, aunque a los afectos al antiguo régimen les parezca lo contrario. Parece que vivimos en mundos paralelos. U opuestos.
En estas pequeñas cosas cotidianas es quizá donde la ciudadanía de a pie notamos que se están produciendo cambios a mejor. Como cuando te vas a sacar sangre al ambulatorio de Solchaga (perdón, San Martín) y no te encuentras allí a media humanidad como pasaba antes. O como cuando ves la cantidad de colectivos, hasta ahora ignorados, que presentan sus propuestas en centros culturales públicos o son recibidos en las más altas instituciones de la Comunidad.
Estos días de balance del primer año de Gobierno se habla mucho de que el verdadero cambio, el profundo, está todavía por hacer. Han cambiado de mano las varas de mando, pero ahí están todas las redes de poder económico, mediático y judicial tejidas durante lustros. Hay que rehacer sin deshacer, poco a poco, decisión a decisión, pero con las ideas claras, sin dudar a la hora de defender lo que son los derechos básicos de la ciudadanía. Se han empezado a levantar alfombras y está saliendo de todo. Hasta debajo de las alfombrillas de los ordenadores había sorpresa: un pufo a Microsoft que nos va a costar la tontería de cuatro millones. ¡Tan legalistas y pirateando licencias a troche y moche!