hoy es la noche de San Juan, son fiestas de Barañáin, entre otras muchas localidades, y estamos a pocos días de los Sanfermines.
No quiero ser aguafiestas, pero creo que es un buen momento para recordar, a modo de vacuna, eso de “noches alegres, mañanas tristes” o que en términos más científicos se vendría a definir como los efectos de la excesiva ingesta de alcohol: amnesia ligera o pérdida de la memoria de lo ocurrido durante el episodio etílico, alteraciones gástricas como vómitos y en ocasiones diarrea a causa de que el alcohol provoca la erosión de la mucosa gástrica y la pérdida de la vellosidad intestinal, cefalea o dolor de cabeza, producido por deshidratación de las meninges, dilatación de los vasos sanguíneos, disminución de la glucosa, sed intensa originada por la deshidratación, dolor abdominal y muscular que conlleva sensación de debilidad, posibles flatulencias y embotamiento nervioso. Y todo esto unido a sensaciones como “¿Qué dije yo a ayer?”, “¡Menuda brasa le di a fulanito-a!”, “¡Vaya pinta que llevaba!” o “¿Qué pensarán ahora de mí en el curro?”, según las circunstancias.
Dicho todo esto así casi te quita las ganas de salir de casa. Pero es lo que hay. El cuerpo-escombro hay que sobrellevarlo como se pueda, por lo menos mientras no nos llegue el helado ese milagroso que han comercializado en Corea del Sur y que dicen que cura los resacones. Se llama Gyeondyo-bar, que en castellano significa “aguanta”, y ha tenido gran aceptación porque los surcoreanos son los mayores consumidores per cápita en Asia de bebidas alcohólicas. ¿Alguien se anima a importarlo para San Fermín? Éxito seguro.