¿Qué decir con el verano definitivamente instalado y las elecciones celebradas? Que ha pasado este tiempo como el tiempo pasado en la sala de espera de un aeropuerto, soportando repetidos retrasos y explicaciones nunca satisfactorias, excesivo ruido de quienes van y vienen y la seguridad de que alguien nos ha tomado el pelo, de que este es un no lugar del que no es posible escapar, un molesto bucle que se enrosca mientras sospechamos que igual va y no hay vuelos previstos.
Leía el otro día que el lenguaje de las redes es el de la apariencia de la representación de la realidad, es decir, que entre lo que pasa y/o es y lo que se difunde, nos llega y vemos aumentan las fases de elaboración del mensaje, de alejamiento del origen y por lo tanto, las posibilidades para la ocultación, la simplificación, la media verdad o la mentira sin más. Además, su expresión reducida, la síntesis que ahorra argumentación y contraste convierte este tipo de comunicación en una cadena de eslóganes, un duelo de publicistas sostenido por un reparto mejorable. Como si no bastara con el discurso tradicional, los laboratorios y gabinetes de imagen, los asesores y los equipos de campaña, la clase política ha integrado este sumario alfabeto de zascas, hashtags y selfies y las apariciones de interés humano en espectáculos para toda la familia situando el debate al nivel de Sálvame. Sabíamos que nos movíamos entre contingencias, pero tan grandes? siempre es una sorpresa. Casi era mejor la cartelería.
Será una ingenuidad, pero a mí me gusta la gente que reconoce las pifias, las limitaciones, los desconocimientos, gente que se explica y da cuenta de su recorrido. Me parece gente de fiar.
Que este arrebato melancólico no les turbe el verano. Que les sea propicio.