Ella les propuso desayunar juntos, a lo que ellos respondieron: “¡Que nos dejes en paz, gorda de mierda!”. Sea o no verdad, para mí ese déjanos en paz, ese gorda de mierda y, sobre todo, ese contarlo como prueba de inocencia, es el hecho socialmente más grave del vomitivo suceso. Sin duda hay pocas cosas peores que una violación, y pocas más canallas que robar el móvil a una violada. Por eso quien viola o roba es considerado delincuente y a consecuencia de ello condenado. Como civilización hemos alcanzado un punto evolutivo en el que agredir sexualmente y apropiarse de lo ajeno son acciones, amén de mal vistas, punibles. Conviene recordarlo pues todavía hay lugares donde al menos lo primero ni parece horroroso ni merece gran castigo.

Sin embargo, ¿cómo tratar a una manada que estima lógico mandar a paseo a una adolescente tras ese “follándonosla entre los cinco, puta pasada de viaje”? ¿Cómo se cura a una jauría, y a su fauna de colegas, a quien resulta incluso un detalle eximente esa vileza de insultarla una vez rematada la faena, aun si fuera consentida? Por durísimo que suene, el violador obtiene algo, y algo obtiene el ladrón. Pero ese ruin ultraje sin recompensa, ese gratuita ofensa hacia una chica con la que según dicen han compartido la intimidad, es la más cruel muestra de machismo: te desprecio porque eres mujer, y mujer original, elemental, en cueros. También es la más peligrosa, pues ni se pena con cárcel ni se sanciona en ciertas selvas. Cinco Prendas llamando gorda de mierda a una joven desnuda en un portal: aunque hubieran sido amantes, aunque los cafres sean absueltos, sólo eso debería darnos pánico. E infinito asco, claro.