Reconozco que llevo varios meses desenganchado de la política nacional. No es que esté aburrido, hastiado o indignado, tampoco es que me dé igual lo que finalmente pase, es, sencillamente, que tengo una vida. Me acabo de dar cuenta hace poco, pero tengo una vida, lo cual es un hallazgo que al principio te sorprende pero que una vez que te acostumbras consigues ir disfrutándola, al punto de que un día te descubres al irte a la cama y no recuerdas haber visto la televisión, ni oído la radio, ni leído la prensa ni enchufado el ordenador y a pesar de todo eso -y a pesar de que eres periodista y además escribes columnas- no lo has echado nada de menos y hasta has conseguido concentrarte en la comida que estabas preparando y en el nuevo libro que te lees, en este caso, por cierto, una fantástica novela de piratas de Patxi Irurzun llamada Los dueños del viento. Tu vida no tiene nada que ver con la de esos señores que están todo el tiempo en Madrid haciendo el anormal. Tampoco puedes olvidarte de ellos hasta el punto de no interesarte por lo que ocurre o no ir a votar si toca otra vez, porque entonces los peores de todos ellos -que son la mayoría- habrán ganado, pero es conveniente que sepas distinguir eso de lo otro. Tampoco tienen nada que ver contigo los de tu comunidad autónoma, ciudad o incluso pueblo o bloque de pisos, si me apuras. Estar todo el día a vueltas -o media hora, que ya es un derroche- con qué hacen unos u otros es una derrota, tu derrota, nadie va a venir cuando estés palmando a devolverte los miles de momentos que has perdido a causa de gilipolleces de ese calibre. Tienes ya una edad como para tener tus principios claros y saber distinguir cuándo no hay que hacer ni puto caso y cuando si hace falta hay que salir a la calle a darse de hostias contra quien o contra lo que sea menester. Deja a la chusma en su cenagal y sé al menos dueño de tu viento.