Panzada de televisión y dos conclusiones. La primera, nada nuevo, lo que nos cuesta sacar algo en limpio, estandarizar un método básico de discusión que incluya un mínimo pacto de partida y un compromiso elemental sobre cómo sería deseable terminar para, en el mientras tanto, obtener alguna pista, no hablo ya de conclusiones. Hemos mandado una sonda a un cometa, podríamos hacerlo. Los debates, más que la construcción de un puzle en el que inevitablemente van a faltar piezas pero avanzan el relieve de un paisaje complejo, se convierten en una bronca sucesión de turnos de manotazos para tirar al suelo la pieza aportada por el anterior alardeando de la coreografía. Yo, espectadora, no busco tanto conocer la posición del tertuliano/vedette (suele ser evidente y si no, un googleo lo soluciona en un pispás) sino hacerme una idea de qué pasa. Bueno, esto ya lo sabían, solo que me irrita.

La segunda conclusión es lo fácil que va siendo limpiar la ropa con la nueva generación de lavadoras. Si algún ámbito de la realidad alienta la disminuida fe en el progreso ininterrumpido es este, lo será mientras no se invente el tejido inaccesible a cualquier transferencia y eso será también un progreso. Hoy, tres avances hacen palidecer al Robot Baby Project. Usted ya puede comprar una lavadora que le permite echar el detergente para veinte lavados de una vez. ¡Se ahorrará echarlo diecinueve veces en las que no se ahorrará, por supuesto, ni llenarla ni ponerla en marcha! ¿A qué dedicará el tiempo que regala este avance? ¿Un pis? Otra lavadora incorpora un programa de desodorización, lo que la hace perfecta para hogares sin ventanas ni balcones en los que orear una chaqueta. Y una tercera le deja meter ropa a mitad del lavado, idónea para gente despistada. Pasmoso.