a partir de una anécdota ligera, cincela Borges la certeza de que el universo se aleja de los muertos. El cambio de los carteles publicitarios de la plaza Constitución la misma mañana en que muere Beatriz Viterbo se revela como el primer movimiento, el que inaugura una serie infinita de separaciones. Es magistral la ligazón que traba la levedad de la circunstancia externa y lo inexorable del eco interior.
Me vino el relato a la cabeza al pasar por una zona que suelo atravesar y cuento dos, tres, cuatro establecimientos nuevos, cuatro que no estaban, estoy segura, hace dos meses. Podría jurarlo. Esa parte del universo se ha ido distanciando también de mí durante este tiempo. He podido alcanzarla. Ando pensando estas cosas esta temporada. La semana pasada quedé con M y en el primer bar hablamos de ese manejo de la distancia, de las cosas que quienes han muerto no conocerán y de aquellas que conocieron y debemos desplazar, cambiar. Debemos, el movimiento perpetuo nos incluye.
Decidimos cambiar de bar. En la puerta nos esperaba la noticia de otra muerte. La recibimos. Ya en la mesa, buscamos datos, coincidencias. Nos miramos. En los últimos tiempos M y yo nos hemos mirado de esa forma unas cuantas las veces. ¿Qué les voy a contar? Ante la muerte hay siempre un estupor y detrás de la que acabábamos de conocer una imaginable, aunque nunca del todo, nunca agotable ni previsible, trayectoria dolorosa. El silencio es una postura respetuosa y sensata.
Entre las palabras ajenas, las primeras, las de Borges, un destello que perfila la dimensión totalizadora de la ausencia. En clave más narrativa, una joya que les recomiendo vivamente, Niveles de vida, de Julian Barnes. Eso es escribir y lo demás columnas.