Por curiosidad sin más miro la foto del nuevo gobierno de Rajoy. Es una imagen como desvaída. Sin fuste. Pero quién sabe, igual nos sorprenden. Reconozco que tampoco he puesto gran entusiasmo de mi parte para buscar la chispa, la conexión, el argumento, me sale que para este viaje no hacían falta alforjas, pero también es posible que este fuera mi pensamiento con cualquier otra foto. Tras casi un año se pierde la tensión y las quinielas dejan de tener sentido.

Sin embargo, hay algo en la foto que incide en esta sensación de laxitud y, si no la provoca, si la aumenta. Hay dejadez en la colocación. Las posiciones no están definidas por igual, la historia que cuenta esa foto queda deslavazada. La impresión no es la de una formación compacta y dispuesta a la acción, no tiende al frente, sino que se inclina a un lado, como si la imagen definitiva fuera la última de una larga y cansada serie y el fotógrafo hubiera pedido un último intento antes de abandonar el posado. Ale, vamos a intentarlo una vez más, luego ya os vais.

Hay unas cuantas asimetrías sorprendentes para ser la primera imagen, el manifiesto visual de las intenciones del nuevo gobierno. Las distancias no son homogéneas. En primera fila, el excesivo hueco entre Rajoy y un inclinado ministro Dastis marca la divisoria entre dos bloques, uno más compacto y cerrado y el otro suelto, casual, cerrado por Cospedal, que gira la cabeza hacia el grupo mientras el cuerpo contradice el movimiento. Ministros y ministras que miran en diferente e incluso opuesta dirección, algunos hombros tensos, en exceso si se comparan con el conjunto, y algunas tripillas relajadas, en exceso, si se valora el contexto, y alguien que ha pensado que tampoco tiene tanta importancia.