isabel y yo llegamos desde Tarragona, Patxi estaba en Oropessa y luego llegó Rafa y nos fuimos los 4 a Benicassim, a una campa en mitad de la nada. Era 20 de julio de 2008, dos décadas después de que mi compañera de clase Ainhoa me regalara I’m your man, y por fin íbamos a poder verle en directo. Sabíamos que al tratarse de un festival -la única actuación en España de la gira de regreso tras 15 eternos años sin dar un concierto-, tendría una duración menor, pero no nos importaba. El cielo se iba poniendo naranja cuando dando saltitos salió al escenario y las miles de personas que estábamos allí nos callamos. Estuvimos callando la escasa hora que duró, una hora en la que con su “voz de oro” nos soltó una detrás de otra Dance me to the end of love, The future, Bird on a wire, Everybody Knows, Who by fire, Suzanne, Hallelujah, I’m your man, First we take Manhattan y So long, Marianne. Una sobredosis abrumadora de belleza, poesía, verdad, compromiso y emoción, que un año más tarde completamos en el BEC de Bilbao ya con 25 o 26 canciones. Canciones que más que tales son conjuntos de emociones y sentimientos poderosísimamente bellos, evocadores y tan universales como íntimos: todos creemos que Cohen canta solo para nosotros y todos nos relacionamos de una manera personal e intransferible con muchas de sus canciones. Es así, su talento como compositor e intérprete logró que fuera así, al margen de que su escasa formación musical le condujera siempre por parecidos registros compositivos. Daba igual. Lo que hizo -mucho, 25 o 30 temas perfectos- lo hizo con una frágil perfección maravillosa y lo cantó tan bien que ayer todos los que amamos algunos de sus temas sentimos su muerte como propia y la pena real de cuando muere alguien a quien has amado porque te ha hecho amar la vida. Un poeta de primer nivel que nos tuvo casi 50 años rendidos a sus pies. Gracias, comandante Cohen.