Descansen en paz en otros dormitorios eternos. La exhumación promovida por el Ayuntamiento de Pamplona ha concluido en acuerdo con el Arzobispado: clausura del cementerio del Monumento a los Caídos y mantenimiento de la cripta como lugar de culto. Se evita el litigio ante los tribunales una vez sustanciado el procedimiento administrativo municipal. Los restos del general Mola fueron sacados con absoluta privacidad antes de la fecha programada, a petición de la familia. La familia del navarro general Sanjurjo “reprueba” el acuerdo: lo interpreta como un mensaje de odio a la fe, a la nación y al respeto entre españoles, lo señala como un paso atrás en la defensa de los valores del humanismo cristiano, entiende que la “incultura del odio” se ha instalado en instituciones políticas, y considera “esencial” que “en el mundo civilizado se respete a los muertos”. Si de algo sabe Navarra es de falta de respeto a los muertos en la cruel represalia subsiguiente al alzamiento del 36, con exterminio de varios miles de personas por sus ideas y su militancia. Irrefutable. Al cabo de ochenta años, dos de los generales golpistas y una elegida representación de soldados muertos en el frente (criterio representativo por edades y Merindades) ha gozado durante decenios del honor de descansar bajo un mausoleo monumental: un edificio erigido en 1942 con la dedicatoria Navarra a sus muertos en la Cruzada, incluida su relación nominal. Como perverso contraste, los fusilados en la cruenta represión fueron arrojados a fosas comunes clandestinas. Revanchismo sería sacarlos de la cripta para arrojarlos a fosas similares y equiparar sufrimientos familiares. Asistimos, sin embargo, a una exhumación digna y con certezas compatible en el tiempo con exhumaciones que recuperan la dignidad de otros muertos, preñadas de incertidumbres en localizaciones e identidades. Ahora toca debate sobre el futuro del edificio. Su propia estructura punzará siempre la memoria.
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