Llevo casi 2.500 columnas y en algunas seguro que he sido duro calificando a gente. Lo asumo, no me vanaglorio, sé que no luce bonito, pero, sinceramente, mientras no llegue a lo personal ni al exceso por el exceso, determinados calificativos que pueda utilizar no los considero insultos tal y como los conocemos. Ayer, el diputado de UPN Íñigo Alli me hizo saber que le había insultado en un artículo al llamarle meapilas -político, en lo personal no entro- y supongo que también pijo -yo también me considero pijo, no lo veo como insulto sino como definición de quien no ha pasado penurias económicas en su vida-. Le llamé meapilas porque comentó que las ideas republicanas se podían debatir con la palabra y no, en su opinión, mostrando como hizo el senador Iñaki Bernal una bandera republicana en el Congreso, acto que para Alli mereció su frase “qué ridículo que te paguen el viaje los españoles para esta pantomima”. Yo, ayer, pedí disculpas a Alli por si me había excedido, aunque, no obstante, le hacía ver que es una crítica política a su frase pública, una frase -ridículo, pantomima- que también puede resultarnos a muchos un insulto, frase de la que no se apea. El resumen que veo en todo esto -amén de saber desde el principio que desde aquí hay que tener cuidado y por eso mismo saber disculparme- es que el personal no aguanta un “meapilas” pero sin adjetivos calificativos puede decir de todo, que no lo considerará insulto. En este país solo insultas si dices adjetivos, lo cual es una mentira, porque a mí me insultó que Alli dijera lo que dijo. Yo soy muy burro, lo reconozco, y prometo que suelo hacer propósito de enmienda, aunque tampoco me van los textitos finos si cuando me duele algo me duele de verdad, pero hay mucho especialista en sin una aparente mala palabra faltar mucho al respeto e inteligencia ajenas. Suelen coincidir con los que tampoco se excusan jamás.
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