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Monstruación

leo que en Nepal a las niñas se les prohíbe hacer toda clase de cosas cuando tienen la regla. Normal. Son días en los que te conviertes en un monstruo. ¿Cómo vas a ir a la fuente a por agua, al colegio, a peinarte ante un espejo o a comer con los tuyos en esa condición de bestia salvaje? ¿Estamos locos? ¡Contaminarías el agua, los alimentos, a tus compañeros y a tu familia! Lo natural es quedarte aislada y esperar a que se te pase. Si tienes 13 años y no sabes gestionar la soledad, la falta de cariño y la intranquilidad mensual de que te envíen a casa ajena esos días, es problema tuyo. Madura, joder, que ya tienes 13 años. Y si coges una infección por no lavarte cuando más lo necesitas, hazte dura y aprende.

¡Qué horror! Cuánta ignorancia en esas tierras? Sí y no. En nuestra ancestral cultura vasca y en otras igual de ancestrales a la mujer no se le permitía hacer mahonesa porque se le cortaba. La salsa, no la regla. ¡Ojalá! Esto anteayer, no en el siglo XIX. El invierno pasado la abuela de un amigo, ochentañera alegre y vigorosa, nos enseñó a elaborar morcillas. Cuando fuimos a sumergir los brazos hasta los codos en un barreño lleno de sangre con el mismo espíritu de sé-cómo-entraré-pero-no-cómo-saldré con el que íbamos a ver a La Fura en los 90, yo estaba en “uno de esos días”. Que no es lunes ni jueves, sino cuando te duelen a la vez los ovarios y los riñones y el humor se te independiza. Al terminar la faena se me ocurrió comentárselo. Mal. La mujer empalideció y vino a decirme que toda nuestra producción se iba a ir a la mierda. Con gran respeto nos llevamos las morcillas a casa. Y estaban mortales. De buenas. Pero la señora sigue preocupada. Y Nepal no está tan lejos.