Sshhh?uiza
¿Qué haríamos sin secretos? Todos los tenemos. Hay episodios que no revelamos a nuestras parejas, ni a nuestros mejores amigos porque mantenerlos bajo llave garantiza que nos sigan viendo un poco más parecidos a como nos gustaría ser que a como en realidad somos. Alimentadores de misterio o falacias creadas por el cine, hay secretos ingenuos, oscuros, excitantes? Y bancarios. ¡Grandes y libres! De presión fiscal. Porque en esto de las fortunas, como en otras cosas, además de saber emplearlas el tamaño, ciertamente, importa. Imágenes que me vienen a la mente, un tipo cogiendo un helicóptero para hacer descensos sobre nieve polvo virgen en Hungría. Para cazar allá donde Vlad el Empalador plantó su castillo ejemplares que están esperándole a la hora y tras el árbol previstos como un novio adolescente. Cornamentas que después no cabrán por la puerta de su cabaña de invierno, por otra parte. Qué más da. Gracias a esos secretos, ejecutivos, políticos y deportistas -ya sentenció Alex Crivillé que quien no lo hace es por cortedad- han podido vivir en calles donde el m2 supera los 7.000 euros. Y digo “han podido” porque parece que 80 años de secreto bancario se despiden. De momento, en Suiza. El país de las pastillas de goma cantarinas ha comenzado a girar la rueda de la puerta blindada que esconde patrimonios indecentes. Los que descansan en el anonimato opaco y feliz de sus más de 250 bancos. Sus propietarios aún tienen tiempo para decidir a qué paraíso fiscal les apetece más trasladar sus millones, las Caimán, Andorra, Samoa? No sé, chica. Hasta 2018 Suiza no está obligada a intercambiar datos financieros con el centenar de países que lo solicita. Encantos, os quedan 11 meses.