una veintena de afiliados y cargos públicos de UPN ha publicado una carta para manifestar “su malestar y su dolor” porque la presidenta Barkos haya acusado al partido foralista de buscar la desaparición del euskera. Lo hacían en su calidad de “vascoparlantes todos”, aunque en el caso de alguno de ellos hay convecinos suyos que afirman no haberles oído en su vida una palabra en esta lengua. Con todo, no se puede estar más de acuerdo con algunas de las cosas que dicen. En efecto, el euskera no debe ser patrimonio del nacionalismo vasco. De hecho no lo es. En el mundo de la política, gente como Laura Pérez, Ainhoa Aznárez o Joseba Eceolaza nos lo recuerda todos los días. Incluso algunos de los firmantes del escrito, como Iñaki Iriarte y Cristina Altuna, portavoces regulares de su partido en Xaloa Telebista. Uno no es solamente su idioma, el color de su piel, su clase social o su sexo, sino todo ello junto, más infinitos intereses, vivencias, coyunturas y contradicciones. Por eso hay euskaldunes navarros que votan UPN. Como también hay hispanos que votan a Trump y parados que lo hacen por Rajoy. Tal vez UPN no busque la desaparición del euskera. Pero si esto es así, deberían explicar estos dolidos militantes por qué se opone su partido a cualquier iniciativa, por mínima que sea, que contribuya a la supervivencia de este idioma. Dicen los firmantes que UPN propone políticas lingüísticas diferentes a los del nacionalismo vasco. Tan diferentes que en cuatro legislaturas con el foralismo ininterrumpidamente en el poder no se le ha conocido una sola medida -una sola- favorable al euskera. Más bien al contrario. Los apesadumbrados firmantes exhiben ahora públicamente su euskaldunidad. Nadie supo de ellos cuando Sanz lanzó su contrarreforma lingüística o Barcina impedía ver ETB. Vale, que salgan del armario, pero que salgan de verdad.
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