te reconcilia un poco con la generalidad de los habitantes de este Estado saber que, según una encuesta publicada estos días, el 30% de ellos se muestre a favor del referéndum catalán. Por mucho que el 60% esté en contra. Es verdad que la muestra del sondeo abarca también a los directamente afectados por la convocatoria del Govern, así como a los habitantes de otras latitudes, como la nuestra, con equiparables deseos de desconexión. Aún así, resulta esperanzador constatar que también hay vida inteligente al sur del Ebro. Porque es pura cuestión de inteligencia -inteligencia emocional, inteligencia espacial- entender algo tan simple como que, por muchos años que se lleve juntos, nadie puede estar obligado a seguir viviendo en pareja cuando el amor hace tiempo que desapareció, o que si en una asociación, parte de los socios tiene dudas razonables sobre la pertinencia, vigencia y conveniencia de continuar juntos, lo sensato y democrático, es que se consulte su opinión. Para alguien que viva en Madrid, en Zaragoza o en Jaén, no debe ser fácil sustraerte al machaque informativo absolutamente unidireccional de todos los grandes medios informativos impresos y audiovisuales, unánimes en el momento de descalificar con los más gruesos epítetos lo que está ocurriendo en estos momentos en Cata- lunya. Qué mal ha sentado el dato de ese 30% discordante con la indignación patriotera de estos días, cuando la tertuliana de un programa mañanero ha llegado a afirmar que había que fusilar a ese casi un tercio de la población del Estado, supongo que por alta traición. Luego se ha disculpado afirmando que solo era una broma. Lo vemos en la tele y lo vemos en la red: los acontecimientos de estos días están sacando a la luz lo peor de algunos y algunas. No solo en el campo constitucionalista. Ojalá no sean más que fuegos de artificio.
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