El Gobierno foral lo tenía complicado con el tren. De los cuatro partidos que lo apoyan, la oposición de tres de ellos era de principio y radical. Ni la versión más social, económica y ecológica del mismo hubiera hecho cambiar de parecer a Bildu, preso de su rechazo al proyecto en la CAV. Algo parecido, pero al revés, le sucedía a Geroa Bai, con una de sus almas, el PNV, atado de pies y manos por su implicación, contra viento y marea, en la Y ferroviaria vasca. No se hubiese entendido que no quisiera para Navarra lo que sí quería para Euskadi. Con todo, el más maniatado por su pasado ha resultado UPN. Desde que en mayo de 2015 pierde el poder, su prioridad ha sido que ningún otro modelo de tren -más barato, menos agresivo con el medioambiente, más acorde con los intereses de la economía y la sociedad navarra- pudiera sustituir al que ha venido defendiendo cuando mandaba. Eso, y utilizar el tema para desgastar el gabinete de Uxue Barkos. Por si había alguna duda, ahora ya no queda ninguna: UPN hará lo que sea para que este Gobierno no pueda apuntarse ningún tanto, aunque para ello tenga que perjudicar la economía o el autogobierno. Con la ruptura del convenio sobre el TAP por parte del Estado parece que el ejecutivo foral pasa a convertirse en un convidado de piedra, sin voz ni voto, en unas decisiones que van a afectar a su propio territorio. Eso escuece. Pero miremos la parte buena. El tándem PP-UPN ha demostrada sobradamente su incapacidad para llevar adelante el tramo navarro. Nada augura que eso cambie. Lo más probable es que la única consecuencia de todos los manejos de Esparza sean 10 kilómetros más entre patatal y patatal. Si el desaguisado lo paga Madrid, que con su pan se lo coma. Y por los efectos electorales, don’t worry, que diría el insigne Mario Fabo. De verdad de la buena, la alta velocidad a la gran mayoría se la sopla.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
