La Polla Records cantaba aquello de que las banderas son trapos de colores hace más de 30 años, pero la frase no se me va estos días de la cabeza porque, mires donde mires, sólo ves enseñas por cientos.
Entiendo que para muchas personas sean signos que representan un país, nacionalidad, institución, etc. y además simbolicen la imagen de sus gentes, tradiciones, historia, emociones y sentimientos de forma más o menos ambigua. Una parte de la población siente su bandera -no necesariamente las otras- como un elemento casi sagrado, pero no todos estamos en lo mismo y si a ello se añade esta sobresaturación? Llevamos semanas de senyeras y esteladas hasta en la sopa, rápidamente contestadas con banderas españolas a porrillo en concentraciones ultras o en despedidas a los guardias civiles que marchan a Cataluña y hasta al barco de Piolín les han puesto gigantescos trapos negros para intentar frenar el cachondeo general.
Viviendo en una tierra en la que no hay año sin su guerra de banderas, debiera estar acostumbrada a tanto símbolo de nylon, pero no, y, para rematarlo, aparece Padilla -el de la rojigualda con pajarraco franquista a la espalda- por Corella y se da una vuelta al ruedo con la enseña pirata y la de Navarra. ¡Qué hartazgo!