Escalofrío de indignación. Causa: la exaltación del cinismo. M. Rajoy considera que Puigdemont y Junqueras, los máximos dirigentes del disuelto Govern de Catalunya, “han engañado a la ciudadanía y están inhabilitados políticamente”. Afirmación pasmosa de quien ha incumplido con reiteración sus compromisos electorales y ha faltado a la verdad en sede judicial como testigo (Gürtel). De quien preside el PP de la caja B, los sobres con sobresueldos, la destrucción de pruebas y una nutrida nómina de corruptos. Inmoral. Indecente. Con 155 cojones. Con ese principio inhabilitante, la nómina de políticos profesionales mermaría muchísimo. En determinados niveles, casi hasta la extinción. Rajoy se ríe en la cara de la sociedad en el convencimiento de que la mayoría le mantendrá fiel adhesión en las urnas. Persuadido de que otros partidos con implantación estatal le auxiliarán en sus maniobras estratégicas y en sus necesidades presupuestarias. Eso tan grandilocuente de “defensa del Estado” y “responsabilidad institucional”. Caretas de enmascaramiento de las miserias propias. Sabedor de que algunos nacionalistas nunca han fallado en el trueque de concesiones. Y de lealtades interesadas como la de UPN, socio entregado para garantizarse escaños en el Congreso, estimular la desaparición de la Transitoria Cuarta en una reforma constitucional y enredar contra el Ejecutivo navarro actual aun a costa de recortes en el autogobierno. La religión y la política se basan en el engaño. Con sus evangelios, sus predicadores y sus rebaños. Comparten con el deporte -en especial con el fútbol, el de masas por excelencia- el sentimiento ciego de pertenencia a un grupo. Solo una sociedad acrítica y abúlica puede soportarlo. Es irracional que durante siglos religión y política hayan secuestrado la voluntad de los individuos con promesas de una vida eterna paradisíaca y de una mejor calidad de vida terrenal. Y que el deporte de masas la haya alienado. Asco.