ayer nevó, como habrían comprobado. Luego se puso a llover a mala cara, como lleva haciendo desde noviembre, y buena parte de la nieve al menos en esta ciudad se fue, por las alcantarillas, por los regachos, por las cuestas hasta las regatas y de ahí a los ríos y de los ríos a los embalses o al mar, lejos, a la mierda, inservible. Están los embalses navarros al 88% -somos los que más agua tenemos, a mi abuela estas cosas le gustaban mucho, esto de que fuésemos los primeros en todo, los navarros, era una nacionalista de preocupar-, así que de Pamplona para arriba más agua no haría falta hasta mayo, pero por si acaso la previsión da agua hasta dentro de una semana, con lo que cuidado por las orillas. Febrero ha sido el segundo mes más frío -4,1 grados- de esta década en Pamplona, la media desde noviembre es de apenas 6 grados, 1 menos de lo habitual, y ha llovido casi el doble de la norma, por no decir que las cifras más al norte son bestiales -en Bera llevan 610 litros en 2018-. No obstante, esta furia natural no es sino un chiste comparado a lo que leí ayer a una persona que escribió en su Twitter a las 8 y cuarto de la mañana que “ni las sillas de los bebés pueden ir por la calle”. Nevaba a destajo desde hacía rato a 3 bajo cero y se le ocurrió poner eso como quien pone, no sé, y ahora qué hago yo con mi toalla de playa. Se estaba quejando, en realidad, del caos circulatorio que hubo durante hora u hora en pico, criticando -los ciudadanos estamos en nuestro derecho de criticar lo que nos dé la gana, faltaría más- que no estuviesen calles, aceras e imagino que hasta las azoteas limpias. Por pedir, que no quede. Imagino que en toda situación así gobiernos y ayuntamientos pueden hacerlo mejor o incluso lo harán en ocasiones mal, pero los niveles de desconocimiento del poder de la naturaleza que tienen algunas personas son abisales. Voy a por la piragua.