¿Cómo decirlo?
No sé cómo decirlo. Igual es que no quiero meter la pata. Que también. Aunque no creo que sea el caso. Seguramente hay por ahí una palabra. Exhibición, exceso y morbo ya están dichas y son. A mí me sale asco. He sentido mucho asco todos estos días.
Una mesa o unos sofás y varias personas y el tema. Alguien modera, recapitula o deja caer la mirada y se vuelven a escuchar los argumentos escuchados diez minutos antes y todos en el mismo orden y sin falta porque lo que se juega ya no es la información ni una mala o peor noticia, sino la participación de cada una de esas personas en el esclarecimiento de la cuestión, la reivindicación que cada una de ellas hace de su nimia aportación, que hace pensar en un posterior ya te lo dije. Como si fueran imprescindibles, impostan cercanías espaciales o emocionales, blanden la comprensión del delito o la tremenda experiencia o la fantástica intuición o la ejemplar empatía. Y esa imagen se multiplica circense, como reflejada por el ojo múltiple de una mosca en medios y cadenas. Y el run-run hace del dolor mercancía elástica.
Las cámaras se pasean por las vidas ajenas y utilizan sus diminutivos y manosean su ropa y desmenuzan sus gestos e interpretan sus intenciones y ven en lo secreto y sondean como grandes especialistas y dosifican y tutelan. No hay rama del saber ajena al drama. Y cuando decae la tensión, porque el día es largo, hay un famoso o famosa que se permite un escalofrío o una pavada sentimental en las redes porque considera que tenía que decir algo, que habrá quien se tarde por su silencio. Y hay quien planifica los contenidos y los tiempos y la publicidad en medio.
He sentido mucho asco.