Qué remedio
“Esto es lo más grande que se puede vivir”, dice un hombre excitado en el telediario. Y no se refiere a saltar en paracaídas o a visitar Machu Picchu. Se refiere a una procesión de Jueves Santo en la que unos fanáticos religiosos se están autoflagelando hasta sangrar en público sin que nadie les denuncie por exhibir su truculencia ante niñas y niños de corta edad. O sencillamente por ofender los sentimientos laicos de los pacíficos transeúntes. Al menos, que yo sepa. Lo que sí sé es que, de un tiempo a esta parte, se está empezando a denunciar a gente por ofender los llamados sentimientos religiosos. Por publicar en internet una foto de un joven disfrazado de Jesucristo, por ejemplo. ¿Quién pone esas denuncias y quién las admite a trámite? Yo supongo que las ponen colectivos próximos a organizaciones católicas de ideología ultraconservadora y probablemente las admiten a trámite jueces también próximos a esas mismas organizaciones, que haberlos haylos, claro (y no pocos). Pero si no se pone freno a esa ansiedad denunciadora puritana, esto se puede convertir en un sinvivir absurdo. Hay que traer racionalidad: hay que sacarla de donde sea (se compra fuera, si hace falta). Pero hay que evitar alentar la intolerancia y el fanatismo. Las sociedades contemporáneas son muy plurales: la gente se pone muchos tatuajes raros y se disfrazan de lo que les da la gana. El otro día salió uno definiéndose a sí mismo como druida vampírico: imagínate al jambo. En fin, cualquier mentecato puede pretender sentirse ofendido por cualquier tontería, eso es inevitable. Mentecatos hay a miles y las tonterías se multiplican por doquier: ahí están las redes sociales para proyectar esponencialmente toda esa creatividad pujante y bulliciosa. Sentimientos tenemos todos y todos nos sentimos ofendidos por una cosa o por otra constantemente. A mí me ofende el espectáculo de los flagelantes y me aguanto, ¡qué remedio!