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Un negocio

otra vez la realeza ahí, en primer plano. Que si están bien, que si no están bien. Qué aburrimiento. ¿A ti te gusta el rey? No me refiero al aspecto de Felipe VI en particular, claro, sino al concepto: a la idea de que haya un rey: un rey en una democracia, ¿te parece razonable? Porque a mí, desde luego, me resulta imposible de digerir. No puedo con la idea de que se le otorgue la jefatura del Estado a alguien que no ha sido elegido en las urnas. Sencillamente, mi cerebro no puede con eso. ¿Es un cuento de hadas infantil, estamos en el medievo? Si en realidad el soberano es el pueblo (que lo es, eso no se pone en duda, creo), el rey vendría a ser algo así como una especie de alto funcionario. Pero un alto funcionario nombrado a dedo. ¿Te imaginas que el puesto de juez fuera también hereditario? ¿O el de ministro de Defensa? ¿Te imaginas que ahora el embajador en Londres fuera el hijo de Federico Trillo? Tal como yo lo veo, la Casa Real española es una empresa pública, al menos en tanto en cuanto se sostiene con dinero público. Y los beneficios que produce son bastante discutibles. Sobre todo porque son inmateriales y subjetivos. Cada vez que, por la razón que sea, veo a la familia real en los medios de comunicación tengo la sensación de estar asistiendo a un teatrillo de otra época, a una burda representación: posando ahí, tiesos, saludando con las manitas. Y mi cerebro intenta convencerse de que esto no puede durar ya mucho más. Pero, ¿quién sabe? ¿Quién puede decidir que esto acabe de una vez? Recuerdo que hace algunos años, un grupo de parlamentarios daneses sugirieron la posibilidad de privatizar la monarquía de su país. Y no sería una mala salida, piénsenlo. La Casa Real podría convertirse en una empresa próspera: una especie de Disneylandia o algo así. Sería un futuro digno para las viejas monarquías. Un negocio. Al menos, ganarían pasta, eso seguro.