Voy a la hora que me dicen, doy mi nif y ahí sale todo. Todo: hasta el último céntimo. Es un poco, ¿cómo decirlo? ¿Humillante? En fin, a menudo, por estas fechas, siento nostalgia de una vida más loca y aventurera. Imagino que soy uno de esos audaces bandidos, ya me entiendes. Esos que saben cómo evitar que el fisco les controle y disfrutan con el vértigo del engaño. Esos que están convencidos de que su dinero es libre y puede viajar alegremente y sin pasaporte a cualquier paraíso del mundo. Porque, como bien dijo el gran Rodrigo Rato en 2004 (siendo entonces ministro de Hacienda): “Gente que hace trampas seguro que la hay”. ¡Qué crack! A mí personalmente (como contribuyente hípercontrolado) la Justicia me debe una reparación con respecto a todos esos tipos escurridizos. Pero nunca consigo satisfacción. De hecho, me pone enfermo ver la suavidad y deferencia con que se les trata. Cuando no se les amnistía porque sí. En fechas como estas, digo, no puedo evitar acordarme de los defraudadores. Y en especial de los políticos que han tenido poder y han actuado en beneficio propio con prepotencia e impunidad. Y no puedo evitar odiarlos, así de claro. Me pregunto si no me acusarán de un delito de odio por decirlo. Y me pregunto también si veré algún día en la cárcel a Rato, a Urdangarín o a Puyol, por citar solo a esos tres. Pero ya me huelo que no. Pasa el tiempo. Y pasa el tiempo. Y tralará. El viejo truco del tiempo que pasa y pasa. En realidad, no me importaría que se libraran de la cárcel con tal de que devolvieran todo lo que han robado. Pero no lo van a hacer. ¿Lo van a hacer? ¡No! En todo caso, un porcentaje mínimo para la galería y a regañadientes. Pero nada más. Lo de Zaplana es un detallito. Ya veremos en qué queda todo. Hay muchos más que se escabullen. Muchos.