Como cualquier movimiento en el ámbito público, habrá tenido su complejidad, su procedimiento, sus informes, sus resistencias o dudas, sus pruebas y todo el coplero. Si hubo tanto, lo doy por bien empleado porque el resultado compensa. Ir por la bajada de Labrit o la de Beloso -por citar solo dos grandes manchas- y ver las ripas estallando del lila al azul del ceanothus, solo o en combinación con otros arbustos de flor blanca o amarilla, con rosas anaranjadas -esta me chifla- es un placer.
Supongo que en la elección se tuvo en cuenta el tiempo cambiante del que disfrutamos, que se consideró el clima, que es lo que sabemos del tiempo después de haberlo observado durante treinta años y puede que hasta se buceara en algún manual de climatología, que no es otra cosa que la ciencia que estudia el clima.
Hago este inciso porque el otro día iba abstraída en el ceanothus que serena y aquieta mi ser como la aplicación de un bálsamo bajo la luz tamizada de una estancia oriental llena de cojines -es mi imagen mental de la paz personal- cuando escuché: “Chico, con esta climatología?”y a punto estuvo de romperse el encanto porque me entraron ganas de volverme y explicar lo anterior, que la climatología no tiene que ver con ponerse y quitarse la chaqueta varias veces en una tarde, pero hubo suerte, volví la mirada al talud en floración y reconecté con el momento de sosiego occidental.
Y a eso iba, a dar las gracias a quien o quienes decidieron que sí, que ceanothus, a quienes plantaron, a quienes mantienen, porque esa vegetación elegida con gusto me hace vivir mejor y me llena los ojos de algo que no necesita palabras, solo estar ahí y mirarla. Pues eso, gracias.