¿Se puede vivir sin odio? Sería bonito poder decir que sí. Yo, sin embargo, creo que todos odiamos un montón de cosas y que nuestros odios nos definen: determinan nuestra posición en el mundo y nos mantienen alerta. Yo, por ejemplo, odio los grandes lobbies, los llamados grupos de presión. Y en especial el lobby farmacéutico (no puedo evitarlo). Cualquier político que se atreva a ponerle trabas al lobby farmacéutico tiene mi admiración. Carmen Montón, que durante los últimos tres años ha sido Consejera de Salud de la Generalidad Valenciana, la tiene. Defensora de la sanidad pública, su empeño se ha centrado en revertir el proceso de privatización de hospitales que había puesto en marcha el PP valenciano y en favorecer el uso de los medicamentos genéricos. Las grandes farmacéuticas y el lobby de la sanidad privada han ido a por ella desde el primer minuto, impulsando y financiando libros y artículos tendenciosos, llegando a provocar las presiones de la Embajada de los EEUU y la mediación del inquietante Pedro Morenés, todavía embajador de España en Washington (esperemos que por poco tiempo), exministro de Defensa con Rajoy, antiguo Secretario General del Círculo de empresarios y con intereses personales, como todo el mundo sabe, en la industria armamentística (de hecho, en mayo de 2011, Morenés demandó al Gobierno de Zapatero exigiendo una compensación de 60 millones de euros por prohibirles la fabricación de bombas de racimo). Algo ha cambiado en Valencia. El lunes pasado, mientras se publicaba la sentencia de la Gürtel valenciana, el alcalde de la ciudad, Joan Ribó, se ofrecía a acoger a los 629 refugiados del Aquarius. Ya solo por eso... En fin, tan importante como el odio es el amor. Todos amamos algo, aunque lo ignoremos. ¿Puede uno ignorar lo que ama? No lo sé. Pero puede olvidarlo. De ahí la importancia de hacer listas.
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