Una célula del Frente de Liberación Animal liberó su lado animal y atacó las instalaciones de los Corrales del Gas, recinto de estancia de las ganaderías hasta la víspera del encierro. Prendió fuego a una máquina y realizó pintadas. El fuego pudo haber afectado a postes y tablones del encierro. Días antes, se descubrió que 13 huecos de anclaje del vallado estaban rellenos de cemento y hierros. El FLA aspira, cuando menos, “a mermar los tiempos de preparación y a causar daño económico”. El alcalde Asiron declaró que este sabotaje “añade tensión al debate sobre los toros y no aporta nada positivo”. ¿De qué debate habla si nunca ha querido afrontarlo y se ha remitido a que lo promueva la sociedad? El Ayuntamiento patrocina proactividad ciudadana en asuntos menores: la votación del cartel anunciador de las fiestas o la elección de la persona encargada del chupinazo. Lo sustantivo, mejor no menearlo. Por conflictivo. Por embarazoso. Por electoralmente riesgoso. En opinión temerosa de Asiron, “el Ayuntamiento no puede liderar ese proceso”. Cada localidad, reflexiona, “debe medir el peso que tienen las tradiciones” (lo que el FLA califica como “roñoso paraguas de la tradición y la fiesta”). Con el convencimiento de que en Pamplona “cuestionar el toro es cuestionar el modelo de fiesta”. Y así es. Sobre todo, cuestionarlo en el encierro, símbolo indudable del conocimiento internacional de esta ciudad. Joseba Asiron (con abono desde 1982) confiesa ser aficionado a los toros entre el 7 y al 14 de julio. Es la tónica dominante entre los asistentes a la feria taurina sanferminera. Acude complacido a la plaza y complacido preside la corrida del día del patrón, servidumbre y privilegio del alcalde en el costumbrismo institucional pamplonés. Un día en el palco principal. El resto del año, tapado en el burladero. Las polémicas más bravas, encerradas en chiqueros. Y entrenado para la larga cambiada. Que el toro del problema pase de largo.