La noche del pasado lunes se dio a conocer el fallo del Premio Planeta. Lo ganó Santiago Posteguillo con una novela de romanos y quedó segunda Ayanta Barilli, hija de Sánchez-Dragó. Posteguillo lleva años publicando novelas de romanos en la editorial Planeta: esta es la undécima o más. Por fin le han tocado los 600.000 euros: bien por él. Para Barilli, quedar segunda en el Planeta supone embolsarse la bonita suma de 150.000 euros (es como ganar diez premios normales): un verbo, embolsar, que sólo se conjuga con las bonitas sumas. En buena lógica, cada año el Premio Planeta es el libro más vendido. La operación siempre es un éxito, la editorial gana mucha pasta. Mi madre dice que yo podría ganar el Planeta alguna vez. Luego lo piensa mejor, me lanza una mirada oblicua con ojos entornados y niega con la cabeza como para sí. En esta ocasión, se han presentado más de 600 autores (con obras literarias realmente buenas, estoy seguro) que no tenían ninguna posibilidad, los insensatos. De hecho, el número de insensatos ha batido un nuevo récord. En fin. No sé qué pasa últimamente con los escritores pero me está empezando a dar miedo. Por otro lado, todo el mundo (en este país, claro) entiende que con este Premio no se pretende, en realidad, celebrar la buena literatura sino algo hoy en día mucho más admirable: ganar dinero. Y de paso dejar constancia de una verdad definitiva: que se puede vender cualquier cosa. Y que quien lo consigue no tiene por qué dar explicaciones. No obstante, voy a aprovechar la oportunidad para manifestar aquí mi admiración por todos esos editores independientes que desde sus pequeñas y dignísimas empresas se afanan en sobrevivir y que, tan a menudo, se ven arrinconados en las librerías, eclipsados en los medios y finalmente aplastados por esas otras monstruosas macroeditoriales y sus aparatosas operaciones de publicidad y marketing.
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