Ayer se hizo oficial que Rubén García, uno de los jugadores estrella de Osasuna y que era propiedad del Levante, que lo había cedido al club rojillo, ficha por Osasuna, lo cual es una buena noticia. El precio del fichaje es de 3 millones de euros. Mientras, en la página 71 de este periódico en su edición de ayer, leo la lista de deportistas navarros becados por la Fundación Indurain: 152 personas, con ayudas que llegan en total a 257.000 euros. La máxima ayuda, que reciben personas como Maitane Melero, Adrián Vallés, Sergi Fernández, Nico Quijera, Aintzane Gorría y así hasta 11, alcanza los 7.523 euros. En 1ª División, la categoría en la que estará Osasuna en dos meses, el salario mínimo -por ley- de un jugador profesional es de más de 160.000 euros. El salario medio es mucho más, auténticas millonadas. ¿Tienen la culpa los futbolistas de que la inmensa mayoría del resto de deportistas tengan que sobrevivir con lo que para ellos son migajas? No. Pero imagino que las administraciones tendrían que ser imaginativas para tratar de que parte de eso que genera el fútbol recaiga en otros lugares. Que el deporte de elite navarro tenga 250.000 euros cada año es una miseria. Estamos hablando de campeones y campeonas de España, de posibles olímpicos y olímpicas: 7.523 euros por todo un año. Osasuna paga 175.000 euros anuales en Primera por jugar en El Sadar, que es público, mientras va a ingresar decenas de millones por televisión. El volumen de negocio es tal que la Hacienda Foral ingresa muchos millones en concepto de impuestos a jugadores. ¿No hay manera humana, legal y ágil de establecer sistemas para que parte, la que sea, de esa gran inyección de dinero que para lo público supone que suba Osasuna se pueda destinar directamente a la base y a la elite de otros deportes mucho menos afortunados? Es que da grima toda esta descompensación, produce vergüenza.