Impar molesto. Los "uno" somos cada vez más numerosos. En Navarra, cerca de setenta mil personas viven en hogares unipersonales (27% de la población). Con tendencia demoscópica al crecimiento. Uno para habitar, uno para comer, uno para viajar, uno para comprar. Aun así, se nos trata como una anomalía. No hace mucho que promotores y arquitectos piensan en apartamentos para una persona. La mesa del restaurante se rentabiliza menos con un comensal solo. De difícil encaje en los viajes organizados, donde pagamos suplemento por la habitación individual. Las taquillas también nos discriminan. Hablo de lo vivido. Los abonados a la Sinfónica de Euskadi (Baluarte) hemos sido colocados de forma provisional en localidades distintas a las del abono. El diseño ha habilitado butacas alternativas: una disponible, una inutilizada. Distancia social: una butaca. Y las filas alternan el orden para que nadie eche el aliento al cogote de otro asistente, ni filtrado por la mascarilla obligatoria. Pero el primer concierto de La Pamplonesa (Gayarre) nos colocó para ejecutar los saques de esquina. Las butacas asignadas a compradores individuales fueron las de principio o final de fila. Planificación prioritaria: parejas de butacas. Reconozcamos que ahora es una medida profiláctica, pero vulnera la igualdad de oportunidades. ¿Discriminación positiva? Quizá haga mal en valorar la profilaxis, no sea que apliquen una tasa anti-covid al precio de la entrada individual. Como en las habitaciones de los hoteles, donde las individuales (escasas) son celdas monacales y las dobles de uso individual vienen a pagar como si las usaran dos clientes. Hasta las raciones individuales de comida preparada parecen de dieta. Ahora está desaconsejado que el roce haga el cariño y recomiendan que corra el aire, como los vigilantes de la moral decretaban a las parejas cuando el baile agarrao era de las contadas oportunidades de contacto físico ocasional. Uno. Muchos.