Entrevistaban al portavoz de Ciudadanos, Edmundo Val, en una emisora el viernes por la mañana. No supo pronunciar correctamente “Ospa Eguna”, asunto no muy complicado. Pero ahí estaba él, hablando con aplomo de toda la importancia que le daban a su presencia ese día en Barranca-Burunda apoyando a la Guardia Civil y denunciando una nueva infamia de Sánchez por permitir “el discurso de odio contra las fuerzas de seguridad”. Tres horas más tarde, una docena de cargos de ese partido, con Arrimadas a la cabeza, testimoniaban tras una pequeña pancarta el empeño. Tres ridículos en una misma imagen: la escasez de presentes, el argumento facilón y manoseado, y la absoluta soledad política de los naranjas. Es no ya ridículo, sino más bien repulsivo, que se haya tomado a Alsasua como el escenario para la porno-propaganda en nombre de la libertad y el Estado de derecho. En medio de su hecatombe, en Ciudadanos alguien pensó que la manera de captar atención y reflotar invectivas consistía en regresar de las vacaciones posando en un lugar que deben considerar como una especie de animalario en el que hay bestias a las que azuzar desde detrás de los barrotes de la jaula. Ocurre que el partido que fundara Rivera y heredara Arrimadas no es solo un cadáver político, sino que se encuentra en un proceso de descomposición acelerada. Hace un par de semanas apareció una plataforma interna, llamada Somos Ciudadanos, que directamente está pidiendo la dimisión de la presidenta y la celebración de un congreso extraordinario. No les vale a los disidentes esa propuesta de refundación, cambio de nombre incluido, con la que los que mandan quieren intentar la resurrección, algo ya imposible. Alguna de las organizaciones territoriales, como las de Aragón o Asturias, ya están fuera del control de la central. Te metes en la web que han montado los emboscados, indudablemente conocedores de lo que ahí pasa, y se puede leer que “los que se afiliaron al calor de las encuestas, viniendo a mesa puesta, exigiendo puestos y cargos, convirtiéndose en el núcleo más cercano a Inés Arrimadas”, la han convertido “en una presidenta despegada de la realidad, que utiliza a Ciudadanos como escudo para ocultar su propia crisis, que no pisa la calle y que no visita ni a los territorios ni a los cargos públicos y orgánicos que están día a día cerca de los afiliados y de los ciudadanos”. Pero a Alsasua sí que ha ido Inés. Ha pisado una calle unos minutos, al menos el camino aledaño del cuartel de la Guardia Civil. Aunque lo haya hecho, según la pauta de la que le acusan, en un intento de ocultar una crisis y con total despego de la realidad.

Que en Alsasua hay un problema de convivencia y que el Ospa Eguna es un acicate para el conflicto, creo que no admite muchas dudas. Pero lo que algunos partidos, como Ciudadanos, están proponiendo es la creación de una grave excepción a los principios de libertad de expresión y derecho de manifestación. Porque se pongan como se pongan, prohibir cualquier acto con carácter presuntivo, por lo que pueda pasar, es una aberración jurídica y política. Como también lo es apelar para ello a los supuestos delitos de odio, cuando odiar no es un delito. Se puede odiar, se puede repudiar, se le puede tener asco a algo o a alguien. Incluso se puede expresar libremente todo ello. Lo que describe el Código Penal es generar una hostilidad objetiva dirigida hacia un determinado grupo social, y fomentar, promover o incitar directa o indirectamente ese odio como forma de discriminación y amenaza. Ha llegado hasta la banal dialéctica política la idea de que cualquier crítica puede ser tildada de odio, y el odio constituye en sí mismo un delito. Es tremendo que además sean unos políticos, legisladores entre ellos, los que se tornen en pancarteros de ocasión cuando a su alcance está promover el cambio de las leyes que crean conveniente. Si consideran que hay que instaurar un sistema al estilo de Minority Report, con una inteligencia superior capaz de determinar que se va a producir un delito en el futuro y proceder a detener a los que lo fueran a perpetrar, que lo propongan. Y si quieren postular otra ley que haga reos de odio a los que expresen su rechazo a cualquier cosa, que lo hagan también. Podrían considerar mi caso particular: odio que se manosee la palabra liberal. Cosa que hacen tramposamente los mismos que en el pasado nos dedicaron tantas poses e inventivas con las que intentaron el embeleco regeneracionista. A ver si apagan la luz de la sede de una vez y dejan de estafar.