Relato de hechos. Javier Lambán preside el Gobierno de Aragón desde 2015. Ahora lo hace en coalición con Podemos, Chunta, IU y el PAR, sin que haya tenido especiales problemas de relación con sus socios de pentapartito para terminar tranquilamente la legislatura. Lleva en política desde 1983, cuando entró como concejal en Ejea de los Caballeros, localidad de la que también fue alcalde siete años. Después pasó a la presidencia de la Diputación de Zaragoza, y de ahí a la secretaría general del PSOE en Aragón para, finalmente, acceder a la presidencia de su comunidad autónoma, donde culmina su segundo mandato. En febrero de 2021 él mismo contó que tenía un cáncer de colon, pero que no pensaba dejar sus obligaciones. Cuando habla en público exagera el acento maño hasta un punto cercano al ridículo, él sabrá por qué. La semana pasada participó en un sarao organizado por las Cortes aragonesas titulado “Aragón y la España Territorial”, que no era una reunión de geógrafos sino de políticos. En ella participaba el que fuera presidente socialista de Asturias, Javier Fernández. Delante de él, Lambán dijo que “mejor le hubiera ido a este país y mejor hubiera ido desde todos los puntos de vista si Javier Fernández hubiera asumido esa responsabilidad”, refiriéndose a la secretaría general del PSOE, la que ocupara Pedro Sánchez tras Rubalcaba. Al minuto los teletipos circularon la noticia. Y las notificaciones que muchos medios mandan a los móviles entraban con la etiqueta del urgente. Dicho en el contexto de una semana en la que el PSOE se disponía a eliminar el delito de sedición y que los tribunales seguían rebajando las condenas de los violadores por aplicación de una nefasta legislación, parecía una grieta nítida en la organización, un inicio franco de hostilidades, quién sabe con qué derivadas. Que Lambán dijera eso tal como lo hizo no parecía un calentón o la consecuencia de una sobremesa demasiado regada, siquiera sea porque el hombre tiene experiencia sobrada, décadas en el machito como para saber el efecto político de lo que diga. Pero hete aquí que a las 8 de la tarde de ese mismo día publicaba un tuit en el que afirmaba “A propósito de mis palabras de afinidad y coincidencia con Javier Fernández, que me llevó a pedirle que liderara el partido cuando dimitió Rubalcaba, que nadie las entienda como una deslealtad hacia @sanchezcastejon. Discrepando en algunas cosas, cuenta con toda mi lealtad y apoyo”. Al día siguiente salió haciendo declaraciones en el mismo sentido (lamentando las “desafortunadas” e “inoportunas” palabras que tuvo sobre el presidente del Gobierno y secretario general de su partido, a quien reiteraba lealtad). Es entonces cuando se conoce que a Lambán le llamó Santos Cerdán, el número tres de la organización socialista, para reprenderle. Finalmente, Lambán acaba su semana fatídica diciendo en una radio que a él no le “marca el paso” ni le dan instrucciones “ni Moncloa, ni Ferraz”. Todo es propio de un frenopático: la salida inicial, la humillante rectificación, y el patético canto de dignidad final. Lo que queda es lo más obvio: un señor que gobierna su comunidad porque lo ha ganado en las urnas y los pactos, que tiene décadas de recorrido político, al que meten en vereda con la simple llamada de un subalterno. Está ocurriendo en el momento político en el que más se escucha hablar del respeto a la diversidad, de las cogobernazas y de las pluralidades. A este pobre personaje lo somete el alguacil de Ferraz, en medio minuto y con un simple bufido. Ni nobleza baturra, ni fama de testarudos que tienen por Zaragoza. Santos Cerdán puede con todo, porque representa lo que representa.

Si a Lambán le han tratado así, no hay por qué pensar que no ocurrirá lo mismo con cualquier otro desviado de la ortodoxia. Esta semana María Chivite hacia una entrevista en la que aseguraba cosas importantes, como que “el PSN-PSOE no está pensando en una fórmula de Gobierno del que forme parte EH Bildu” o que “el PSN no va a hacer presidente a Javier Esparza”. En efecto, son elementos sustantivos de una propuesta política, de muy conveniente clarificación antes de unas elecciones, para que el votante sepa a qué atenerse. Lo que cabe preguntarse, a la vista de lo de Lambán y lo fácilmente que se la envainó, es si la presidenta está en disposición de decirnos también que será ella y solo ella la que tomará decisiones. Espóiler: no.