Que viene el rey. Solo queda ya un resbalón de Felipe VI para explosionar la zapatiesta reinante. Tampoco es improbable. Acomete su discurso en medio de un incómodo sándwich partidista. El Gobierno considerará una ofensiva la más mínima alusión a la injerencia del brazo armado de la derecha judicial. El PP, en cambio, confiará en salir indemne esta noche de su responsabilidad en tan peligrosa tormenta. Bien saben en Génova que Sánchez tiene la última palabra en la intervención navideña del monarca y no acostumbra a desaprovechar el privilegio. El presidente no se corta con el protocolo. En caso de duda, ahí está el vídeo de la inauguración del AVE a Murcia.

En realidad, tampoco esta alocución anual, acostumbrada a una retahíla de lugares comunes sin cuajo, alterará el actual orden de los factores y, mucho menos, el insondable resultado final de este desquiciante pulso, plagado de miserias, torpezas y bravatas. La batalla sigue incandescente, azuzada por la visceralidad. Solo ha remitido un par de grados la desmesura viperina. Posiblemente porque tanta alusión al golpismo, tanto socavar los pilares del Estado, tanta verborrea tertuliana han acabado por inocular un temeroso escalofrío en decenas de diputad@s. Quizá hasta propicie el punto de partida de un imprescindible aunque costoso propósito de enmienda.

Se ha ido demasiado lejos en la contienda. Nadie lo duda ahora. Claro, es cuando se ven los platos rotos. Hasta ahora nadie parece haber reparado en las esperpénticas negociaciones de hace meses sobre la renovación de los órganos judiciales; en las perniciosas consecuencias de la aviesa intención que malévolamente ronda sin descanso la capacidad intelectual del magistrado Arnaldo; en las prisas siempre malas consejeras de Sánchez para atajar revolcones legales por caminos pantanosos; en la irresponsable sumisión de Feijóo a las artimañas de magistrados afines a sus intereses electoralistas; y, finalmente, en la impericia de una mayoría gobernante para articular con luz y taquígrafos una ley que abrace la Constitución y así blinde el poder legislativo.

Lamentablemente, semejante desmesura de maleza desvirtúa la realidad. Mientras las Cortes, el Gobierno y el Tribunal Constitucional dirimen a cualquier hora sus penalidades, ha habido tiempo para la aprobación de 17 leyes. Más allá del ruido de la ley trans y la sonora abstención de Carmen Calvo por razones que indudablemente avalan la dignidad personal sobre la capitulación partidaria emerge una evidencia: se mantiene una mayoría parlamentaria pétrea. Esta cascada legislativa prácticamente pasa desapercibida para el común de los mortales por encima de la enjundia que atesora. En esta legislatura de tan infausto recuerdo para la ortodoxia nos hemos acostumbrado al ruido como si diera más rédito. O, quizá, como desesperante alternativa a la mediocridad que planea sobre los escaños.

En medio de tanto alboroto, tampoco es descartable que el PP siga despistado. Enredado en la agresividad de una estrategia desquiciante que solo aplauden sus voceros beligerantes parece ningunear su soledad, tan fatídica para cuando tenga que reclamar adhesiones. Después de una inagotable campaña contra el perfil bolivariano del Gobierno Frankenstein, la rendición al independentismo, las puertas abiertas a los presos de ETA y la maldita crisis, Sánchez no baja al menos de los 180 apoyos cada vez que se lo propone. Esta fotografía debería suponer un aldabonazo en Génova: tenemos un problema, Alberto.

Pero no hay propósito de enmienda. Posiblemente ni se le espera. La descarada solidaridad activa que vienen ofreciendo los populares a ese descrédito constitucionalista de magistrados derechistas flagela al límite las necesarias aspiraciones de incorporar nuevos compañeros de viaje. Para mayor escarnio, el pasado miércoles, el primer partido de la oposición vio como el tránsfuga navarro Sergio Sayas, a quien le creían próximo a su causa tras el voto contra la reforma laboral desairando a UPN, era vitoreado desde los asientos de Vox por su enfervorecida alocución contra el entreguismo del Gobierno de coalición a la causa del independentismo catalán. Por si fuera poco, no habrá apocalipsis económica antes de que lleguen las elecciones de mayo. Baja la gasolina, baja la luz y tampoco los comercios se están llevando las manos a la cabeza. Sin causa económica que lamentar, los pronósticos se van igualando con el paso del tiempo. Ahora bien, siempre quedará Catalunya y la malversación.