Iba a poner como título de esta columna GLP-1 y ChatGPT, pero quedaba demasiado raro. Lo primero es el acrónimo del péptido-1 similar al glucagón, una hormona que, como descubrió la bioquímica serbia Svetlana Mosjov, interfería en el metabolismo del azúcar en el organismo, estimulando la producción de insulina. Esta molécula se empezó a usar hace veinte años en el tratamiento de la diabetes, pero en 2023 se está viviendo el verdadero boom comercial del GLP-1, porque se ha comprobado que permite atacar la obesidad provocando una pérdida de peso pero, además, disminuyendo el riesgo de otras enfermedades asociadas como las cardiopatías. En el mundo obeso, por vez primera, un fármaco promete perder peso y disminuir el estigma que sufren los gordos por serlo. Asociado a ello hay cierta tensión, porque es un medicamento carísimo y que está siendo monopolizado en el mercado de bajar peso y ha tenido sus carencias en el primer uso que se daba, para la diabetes. GLP-1 ha sido reconocido como el avance científico del año 2023 por la revista Science y he de reconocer que a mí me deja inquieto. 

Tanto como el segundo nombre de la columna, ChatGPT; ese instrumento de inteligencia artificial que parece creador y eficiente y que ha sido reconocido por la revista Nature como uno de los personajes de la ciencia del año. Este instrumento digital es fabulador, incompleto, consume ingentes recursos y tiene tantos sesgos como sus programadores y como la información de las redes que se alimenta, pero también ha sido masivamente adoptado por el gran público como la nueva panacea de la era digital. Son dos ejemplos de ciencia famosa, posiblemente muy útil y conveniente, pero cuyo triunfo es más un síntoma de cómo nuestro mundo está empeñado en precipitarse a su autodestrucción.