El jurado del concurso de ideas para la transformación de los Caídos y su entorno eligió la semana pasada 7 ideas, que pasan a una 2ª fase en la que los responsables de cada idea tendrán dos meses para elaborar una especie de anteproyecto que puede incluir aportaciones ciudadanas que se hagan mientras las 7 ideas estén expuestas al público, del 20 de febrero al 7 de marzo. Tras esto, tras recibir esos anteproyectos, por los cuales a cada equipo implicado se le pagará 25.000 euros -pago lógico puesto que el trabajo de creación y desarrollo es notable-, quedarán en manos del ayuntamiento, pero lo mismo duermen el sueño de los justos otros 60 años. El motivo -entendible- es que la actual corporación cree que tiene que ser el próximo equipo municipal el que decida qué hacer, tanto con los Caídos como con el proceso que se siga para decidir el qué y el quién. Por tanto, estas ideas elegidas no tendrían -que yo sepa- ninguna ventaja previa si se decidiese convocar un concurso ya definitivo. Creo que es lo más justo, en la medida en que este concurso inicial está descompensado de antemano. Y lo está porque se puede presentar la idea de derribar todo el conjunto pero al estar el edificio aún catalogado y protegido a ver quién es el guapo que se anima a gastar su tiempo y su talento en esa alternativa. Pues pocos, menos de los que lo gastan en reutilizar edificio y espacio. Basta ver que de las 7 ideas escogidas solo 1 apuesta por tirarlo todo y dejar un pequeño espacio para la memoria y una gran plaza de paso desde Carlos III hasta la calle Monjardín. Por supuesto, todas las ideas y soluciones merecen el mismo respeto. Precisamente por ese motivo habría que eliminar ya las trabas que hacen que quienes apuesten por el derribo tengan la seguridad de que este no va a encontrar ninguna traba, como no la encuentra la reutilización. El resto es jugar con cartas marcadas.