ana Beltrán (PPN) criticó hace poco una encuesta del Departamento de Educación que preguntaba a escolares si son “chico, chica u otras opciones”. Beltrán exigió la retirada de la encuesta y se preguntó cuáles son las otras opciones: “perro, gato, ornitorrinco, pez?”. Tras el revuelo por sus palabras, dijo Beltrán que respeta mucho a las personas transgénero y a sus familias “porque sé lo que sufren” y no cree que sus palabras fuesen “desafortunadas”. Para Beltrán, esta sucesión de otras opciones que ella planteó -es obvio que en la encuesta está puesta así para que la marquen aquellas personas que no se sienten ni hombre ni mujer- es respetar a las personas “transgénero”. Ironizar con gatos, perros, peces u ornitorrincos es lo que a Beltrán le parece respeto, así que tampoco hay mucho más que hablar con personajes semejantes. El problema no es tanto que nos haya tocado Ana Beltrán y sus limitaciones como que su visión está bastante extendida en ciertas partes de la sociedad, incapaz de admitir que la naturaleza no es como ellos y ellas aspiran a que sea y sí mucho más diversa, sin que a nadie se le imponga sentirse nada, porque hay que ser idiota de remate para creer que a una persona se le puede imponer que le atraigan unos u otras tendencias sexuales. Vivimos en una sociedad profundamente cejijunta, carca y casposa, donde durante siglos se maltrató a homosexuales y lesbianas y se les escondió y vejó y les fueron cercenados sus derechos, unos derechos que solo adquirieron gracias a su pelea y a la de ciertos entes y algunos partidos políticos, entre los que no está ninguno de la derecha navarra, que hoy estigmatiza a otros colectivos y para quien todo lo que no sea Dios, patria y rey y niño, niña, boda en San Nicolás y la familia tal y como yo la veo son ornitorrincos. Y de estos y estas, tan respetuosos, hay decenas de miles. De hecho son una plaga.