En un momento de la entrevista, G.E. Smith, guitarrista, para de hablar, traga saliva y dice: “Estábamos en Londres, en la parte acústica, donde solo había un foco encima de Dylan, aunque a mí se me veía la guitarra porque estaba sentado cerca suya. Entonces empezó a cantar Mr. Tambourine Man y cuando llegó a la frase Sí, a bailar, bajo un cielo de diamantes, ondulando libre una mano me puse a llorar. Me eché un poco más para atrás por si se me veía. Ahí estaba, con Bob Dylan, tocando esa canción. No me lo podía creer”. Parecidas experiencias a la de Smith -guitarrista con Dylan entre 1988 y 1990- han contado varios de sus músicos -“lloré todas las noches que tocamos en San Francisco. Era demasiado para mí”, cuenta el batería Jim Keltner- y no es de extrañar, porque la materia emocional de la que están hechas muchas de las canciones de Dylan es capaz de atravesar a cualquiera, sea quien sea, donde quiera que esté. Faltan menos ya de dos semanas para que lo tengamos en Pamplona, con 7.000 de las 9.400 entradas vendidas según pude contar en la web de venta de entradas, lo que es bastante más que lo que vendió en 2008, cuando tocó en el Anaitasuna, con aquella acústica puñetera y muchos que salieron decepcionados porque no sonaba como en los discos. No suena como en los discos, tiene casi 78 años y quien vaya a escuchar el vinilo editado en 1963, hace 56 años, va a salir mosqueado. Busquen en YouTube, hay cientos de vídeos y audios de los últimos años. A diferencia de otras giras, está tocando cada noche las mismas canciones, entre 20 y 21, y, lógicamente, se echan en falta decenas de ellas. Es Dylan, tiene cientos de grandes temas, no menos de 100 directamente joyas de la música. Es Dylan, la segunda persona -George Bernard Shaw fue la primera- y la única viva en tener en casa un Oscar y un Nobel. Estará aquí en 12 días. Bajo un cielo de diamantes.