Existió ese tiempo, hace ya mucho, pero existió, un tiempo además bastante largo, en el que solo estaba Blanca. Nadie más. Blanca Fernández Ochoa y nadie más, ni una sola mujer española más en la elite internacional de ningún deporte. Y no fue un año, ni dos, ni tres. Fueron casi los años 80 enteros, cuando solo había dos canales de televisión y La 2 emitía en directo las pruebas de la Copa del Mundo de esquí, donde Blanca se peleaba como podía con las Pelen, Hess, McKinney, Schneider, Walliser o Wachter entre otras muchas, acabando 6ª en los Juegos de Sarajevo’84 en eslalon gigante y acariciando con los dedos el oro en Calgary’88, cuando una caída en la 2ª manga tras haber sido la mejor en la 1ª acababa con sus esperanzas y las de medio país, que lo vio en directo al ser en hora punta y además justo en el descanso de un partido de la selección española de fútbol. Recuerdo el desconsuelo bestial de su hermano Paquito y de Matías Prats cuando narraban eso, es de esos momentos que no se olvidan jamás. Blanca se sacó algo la espina en los Juegos de 1992, al obtener el bronce en eslalon, lo que la convirtió en la primera española medallista olímpica de la historia, en invierno o en verano. Es que no había nadie hasta que en 1989 Arantxa Sánchez Vicario ganó Roland Garros. Había muchas, muy esforzadas y meritorias -ahí estuvo en los 70 la atleta Carmen Valero y a final de los 80 Mayte Zúñiga y Mari Cruz Díaz-, pero no había balonmanistas de alto nivel internacional, ni nadadoras, ni baloncestistas, ni tenistas, ni judokas, ni ciclistas. Solo Blanca Fernández Ochoa practicando un deporte ajeno al 99% de la población, siempre con una sonrisa y resultados no de otra galaxia pero sí muy buenos, con 20 podios en pruebas de la Copa del Mundo y seis veces entre las 10 primeras en Mundiales. Tiene mala pinta, pero soñemos con que supere todas las puertas y cruce la meta con bien.