Desde que tengo uso de razón el resultado es el mismo, con sus mínimas variaciones: le damos mucha más importancia al quién dice algo que a qué dice. No nos importa qué dice, de hecho apenas hacemos caso a qué dice o a por qué dice lo que dice de la manera en que lo dice, sino a quién. En este caso se trata de una chavala de 16 años, a la que medio planeta o critica o prejuzga o mira con recelo, ya sea desde la derecha, la extrema derecha, la izquierda guay, la comunista -hay mucho funcionario que se proclama comunista fetén, no hay muchos libros escritos al respecto- y en general desde todos los ismos. No tengo ni idea de si la tal Greta es una hipócrita, si su padre es un sátrapa o qué, solo sé que gracias a ella estamos hablando más de esto que si ella no existiera o no hubiese hecho aparición y, por supuesto, sentiría lástima por ella si esta sobreexposición le afecta para su vida presente y diaria, pero no más que la que siento por millones de jóvenes en este planeta infinitamente en peores condiciones que la tal Greta, como ella misma ha reconocido. El tema no es Greta, como no lo era Al Gore, el tema es qué hay de cierto en todo lo que se viene diciendo de la mano de científicos y expertos desde hace tantos años y qué hay de incierto y qué y cómo tenemos que hacer cada uno de nosotros cada cual en su responsabilidad para que el sitio en el que vivimos no sea cada vez más un sitio invivible. Compaginar el derecho a progresar de todos los pueblos con el mayor cuidado de nuestro entorno y, por supuesto, con la exigencia a los gobiernos de las naciones más contaminantes para que acepten cambiar de rumbo. Ésa es la historia y esa historia es más importante que quién la hace llegar al público y si ese quién o lo que está detrás nos caen mejor o peor. Será mucho pedir en todo caso pues es más fácil quedarse -quedarnos- en lo sencillo: disparar al muñeco.