Supongo que a ustedes les sucederá parecido, de lo cual no saben lo que me alegro. El caso es que, a medida que cumplo años, mi cerebro, él solito, va apartando de su vista casi todo aquello que no le importa una mierda, sin que yo en persona le diga nada especial. No solo lo aparta, con lo cual no tengo que verlo, imaginarlo, deletrearlo u lo que sea, sino que cuando ese algo aparece delante apenas se me mueve un pelo y ni se me altera el pulso, con lo que yo he sido... Yo a esto los días que estoy optimista le llamo la madurez y los días que no pues me da por pensar que estoy con pie y medio en la tumba. Por ejemplo, hace 10 o 15 años me ponías delante a un sujeto como el nuevo alcalde de Madrid o a la nueva presidenta de la Comunidad y solo de oírles diez segundos me entraban ganas de invadir Polonia. Ahora es que ni me inmuto. A lo sumo, mientras cocino, recuerdo que mi madre para las mujeres así que decían esas tontadas -Díaz Ayuso comentó que si exhumaban a Franco qué iba a ser lo siguiente, “¿quemar iglesias?”- tenía un gran adjetivo que se usa muy poco: pavisosa. “Esa es una pavisosa”, decía, y se quedaba tan ancha. Pues esa es una pavisosa y el alcalde ídem de lienzo, son posiblemente el dueto más esperpéntico que ha dado la política española en el siglo XXI, que ya es decir. Pues ante este panorama, aunque lejos como estoy afortunadamente de vivir bajo su manto, antes me hubiesen dao los choques y a día de hoy lo oigo como si oyera el susurro tenue del viento allá a lo lejos en Minesota. El cerebro desarrolla estrategias defensivas y esta es una de ellas: ante el bombardeo informativo y el cambio en la manera en la que tragamos asuntos a una velocidad supersónica ha conseguido que los más dañinos o groseros dejen de molestar como objetivamente molestarían. Imagino que a los madrileños esto sí les duele pero, michicos, haber espabilao antes, pavisosos.